Diario de León

Belleza y misterio de la Laguna Negra

En las tierras más altas de Soria, en la Soria Verde, el paisaje se convierte en un valor de innegable referencia, en elemento esencial que adquiere tal relieve en su propia personalidad, que apenas ninguna otra cosa es capaz de distraer la atención del viajero.

ALFONSO GARCÍA

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ALFONSO GARcÍA
León

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S e dará rápidamente cuenta, apenas esbozadas las primeras reflexiones que la belleza impone, que agua, roca y árbol son tres pilares básicos para comprender el entramado que la propia Naturaleza ha hecho fructificar aquí, casi como un suspiro, como si obedeciese su presencia a una misteriosa voluntad de hacerlos inseparables. Y, sin embargo, se respeta la afirmación de la individualidad, hasta el punto de que cada cual incidirá más en uno u otro. Esta es una de las grandes ventajas de quien busca en el camino su propia experiencia, el descubrimiento de su mirada y el de la mirada amiga. Aquí, en estas tierras hermosamente altas de Soria se abre otra feliz rosa de los vientos.

Eso sí, el viajero ha de tener algún punto inicial de referencia. Y, además, sin complejos. Porque si prácticamente todos los caminos conducen a Soria —como a Roma o Finisterre, pongamos por caso—, ¿quién no está legitimado para plantar sus propios ejes del universo? En el viaje que estamos descubriendo uno los ha puesto en Vinuesa, pueblo al que no pocos califican como el más hermoso de la provincia. Suficiente gesto, en cualquier caso, para adivinar que será difícil la decepción.

Vinuesa es conocido como la Corte de los Pinares, en una comarca en que el pino es árbol sagrado, en las proximidades de lo mítico. Hasta el punto de que la advocación mariana que preside la devoción parroquial es Nuestra Señora del Pino. No en vano fue hallada en uno de ellos. Y pino es —lleva por nombre la pingada— el árbol que, siguiendo la tradición de los mayos, levantan en la plaza. Y Pinochada se llama el motivo central de las fiestas, a mediados de agosto: se celebra la liberación del pueblo por parte de las mujeres, armadas con ramas de pinos, en un conflicto entre los hombres del pueblo y los del próximo de Covaleda. En recuerdo de aquel acontecimiento, las mujeres, bellamente ataviadas, tienen licencia para azotar a cualquier varón, local o forastero.

Pues bien. Vinuesa es ese punto de referencia en nuestro camino hacia la Laguna Negra.

El pueblo constituye un gozo para la contemplación de palacios, casonas, plazas, el rollo, balconadas, calles, arcos y pasadizos... Hay que pasearlo para sentir su belleza y la sensación del tiempo detenido. Aunque en buena parte incendiado por los franceses, la arquitectura tradicional es un buen motivo para contemplar. Y, por supuesto, si coincide con las fiestas de agosto, encontrará en ellas, además de variedad y asombros, raíces ancestrales.

Apenas a tiro de piedra, el Embalse de la Cuerda del Pozo, con la zona de recreo y baño de Playa Pita, es un buen motivo para el solaz veraniego y el baño.

No es el único camino. Hay otros, como son otros muchos los pueblos próximos de singular encanto.

Salimos desde el propio Vinuesa hacia la laguna, en un recorrido entre los dos puntos que ronda los 20 kilómetros. Se empina progresivamente a medida que nos acercamos al destino, siguiendo la antigua Cañada Real Galiana. El pino albar contrasta con la presencia del haya creando una gama única de verdes que se enriquece con la flora de alta montaña. Las aguas del Revinuesa caminan a la inversa, entre pinos, como no podía ser menos, algunos de los cuales -nos cuentan- superan los cuatro o cinco siglos de vida.

El último tramo hay que hacerlo a pie. En la época veraniega, de mayor afluencia, el tráfico se corta antes.

Créanme que impresiona la primera mirada a esta hoya glaciar rodeada de murallas rocosas. Siéntese y contemple para vivir los primeros momentos en silencio, solo roto por la cascada surgida de las aguas y las nieves de las estribaciones del Urbión.

En este espacio protegido de los Picos de Urbión (53.000 hectáreas) se localizan una serie de lagunas glaciares, nacidas por el estrangulamiento de los valles con morreras o excavadas por el hielo durante las glaciaciones cuaternarias. La Laguna Negra, según la mayoría, es la más hermosa de todas, aunque si el viajero dispone de tiempo —un par de días nunca vienen mal para tales menesteres— podrá tener su propia opinión.

Cuentan que esta «enigmática mancha de aguas oscuras y añosos pinos retorciéndose al pie de peñascales rotos» se denomina Negra por la tonalidad, aunque otros prefieren referirse a la leyenda para su explicación. Recomiendo vivamente al viajero la lectura de algunos poemas de Antonio Machado sobre Soria y el Duero. Para completar el viaje es imprescindible, desde luego, la lectura de La tierra de Alvargonzález, donde el poeta explica cómo los hijos de Alvargonzález, después de matarlo, lo sepultan en la Laguna Negra. Esta obrita ha sido, sin duda, una de las causas más importantes para que este lugar, al que se añade una belleza difícilmente igualable, sea punto inevitable de referencia y visita cuando se habla de Soria. De ella son estos versos:

“A la vera de la fuente

quedó Alvargonzález muerto.

Tiene cuatro puñaladas

entre el costado y el pecho,

por donde la sangre brota,

más un hachazo en el cuello.

Cuenta la hazaña del campo

el agua clara corriendo,

mientras los dos asesinos

huyen hacia los hayedos.

Hasta la Laguna Negra,

bajo las fuentes del Duero,

llevan al muerto, dejando

detrás un rastro sangriento;

y en la laguna sin fondo,

que guarda bien los secretos,

con una piedra amarrada

a los pies, tumba le dieron”.

Oirá fácilmente múltiples versiones para gustos diferentes, aunque parecen coincidir la mayoría en su profundidad máxima (11 metros), en que son solo truchas sus habitantes o que algunas heladas invernales permiten atravesarla andando. Por ejemplo. Y para que no falte nada a la curiosidad, siempre hay quien apostilla que tiene su propia manifetación deportiva: la travesía a nado, con más que notable participación, el primer domingo de agosto.

De todo lo demás sacará el viajero, seguro, sus propias conclusiones.

Sería imperdonable, sin embargo, que, además del recorrido por su entorno, no supiese, al menos, que no es tan difícil acercarse a otras lagunas próximas. Y que, siguiendo un camino casi paralelo a la caída del agua de la cascada -desde aquel observatorio la vista no puede pedir más- se puede ascender al Pico Urbión, y así al nacimiento de los ríos Duero y Revinuesa. Si no se atreve al ascenso solitario, es fácil encontrar algún compañero con quien compartir la alegría de este descubrimiento.

Ya me contará.

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