Diario de León

Pueblos fantasma

El Club Deportivo de Montañeros El Aguzo del municipio berciano de Igüeña propone una ruta circular de 22 kilómetros que parte de Colinas del Campo y atraviesa Los Montes de la Ermita, Folgueiras de los Montes y Urdiales de Colinas; tres pueblos deshabitados, que no olvidados, que, sobre todo en invierno, únicamente recorren los fantasmas de sus viejos moradores

Ponferrada

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Se dice que una persona no muere mientras sea recordada y lo mismo pasa con los pueblos. No hay pueblos olvidados, hay pueblos deshabitados que, por las causas que sean, sólo pisan los fantasmas la mayor parte del año. Los Montes de la Ermita, Folgueiras de los Montes y Urdiales de Colinas —los tres en el municipio berciano de Igüeña— pertenecen a ese grupo de pequeñas localidades que no tienen habitantes pero sí un encanto especial. Sea por la magia que se desprende de un entorno dominado por la sierra de Gistredo y el magistral pico Catoute; sea por la intriga que generan esas casas aún en pie —algunas a duras penas— en las que el musgo ha tomado la piedra y donde la neblina de las alturas desdibuja los perfiles.

Sea por esto o sea por lo que sea, merece la pena conocer de cerca la denominada ‘Ruta de los Pueblos Fantasma’, que parte de Colinas del Campo de Martín Moró Toledano y recorre 22 kilómetros hasta llegar al mismo punto y tras haber pasado por esos tres pueblos que, sobre todo en invierno, dominan los espíritus de sus viejos moradores pero que, cada vez más, en verano recuperan el pulso. Y es que algunos herederos han decidido arreglar las casas.

A los pies de Peña Roguera y el pico más alto del Bierzo, el ya mencionado Catoute, discurre una ruta con un desnivel acumulado de 1.387 metros y, por lo tanto, de cierta dificultad. No en vano, Los Montes de la Ermita está a 1.280 metros, cualidad que tuvo mucho que ver en su despoblación. De pasado agrícola y ganadero, fue a principios de los 80 del siglo pasado cuando colgó el cartel de vacío tras las marcha de sus últimos vecinos. No obstante, el éxodo empezó ya a mediados de los 50, cuando el trabajo pasó del campo a la mina y muchos se fueron a Igüeña o Bembibre para evitar el duro trayecto diario, especialmente en invierno.

Más o menos lo mismo le pasó a Urdiales, situado a 1.245 metros. Se vació por completo a principios de los 70 y, tras muchos años de silencio perpetuo, hace ya una década que empezó a recuperar el sonido de esas gentes que rehabilitaron las casas y que ahora regresan, más bien algún que otro día en verano y, sobre todo, cuando el calendario dice que hay fiesta.

Es, precisamente, el otoño una época propicia para embarcarse en un trayecto hacia el pasado de un resquicio del Bierzo Alto que tiene mucho que ofrecer y poco pide a cambio, nada más que un poco de esfuerzo. Cada paso que el caminante da en el interior del pueblo le permitirá descubrir sensaciones que, quizás, pocas veces haya sentido. Pero hasta llegar a cada núcleo de casas típicamente bercianas, el paisaje brinda una magia real plagada de vegetación autóctona y animales que vigilan.

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