Diario de León

un patriarca centenario

Ha sido capaz de sobrevivir a tiempos difíciles y es el más viejo de España. El castaño del Candín en el emblema de un pueblo berciano, Villasumil, que venera a este coloso de 17 metros de altura como a un verdadero dios. Su caroca ha visto crecer a generaciones enteras que buscaban aislarse del mundo o, simplemente, jugar en una oquedad en la que, se dice, caben hasta veinte personas. Es fácil llegar a él porque el camino está indicado

Vista desde el interior de la oquedad de su tronco, el castaño de Villasumil (Candín), impresiona, erigido como una fortaleza vegetal en la que cualquiera se siente a salvo. Ya fuera, es su envergadura, sus dimensiones, lo que deja atónito al visitante. H

Vista desde el interior de la oquedad de su tronco, el castaño de Villasumil (Candín), impresiona, erigido como una fortaleza vegetal en la que cualquiera se siente a salvo. Ya fuera, es su envergadura, sus dimensiones, lo que deja atónito al visitante. H

Ponferrada

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D urante siglos, el castaño ha sido un aliado perfecto de los habitantes del Bierzo. La relación entre este árbol y el ser humano es tan antigua como la propia existencia. De él se come y él se aprovecha como recurso económico, él cobija, él protege, él dibuja un paisaje propio sin el que el Bierzo no sería lo que es. El castaño es inherente a la identidad berciana, quitó el hambre cuando no había otras alternativas y, hoy, aunque amenazado por algunas enfermedades, se erige como el precursor de un modelo económico boyante, de grandes posibilidades. Tan grandes como la dimensión de la mayoría de los ejemplares que pueblan la comarca.

El de Villasumil, en Candín, plena Reserva de la Biosfera de los Ancares, es especial. Se dice que en su caroca —la oquedad que tiene en su tronco— caben hasta dos decenas de personas y, durante décadas, ha sido el escondite más buscado por varias generaciones de niños, hoy ya con más de una arruga, que siguen venerando al Castañeiro do Cantín. Este es su nombre original.

El Cantín es toda una institución en este pequeño pueblo de los Ancares. Junto a la iglesia y el cementerio, donde ya no quedan casas. Ahí está el patriarca centenario que ha visto pasar los siglos hasta convertirse en el más viejo de España. Una catedral vegetal plantada en el siglo XIII cuyo perímetro supera los catorce metros a 1,3 del suelo, según los datos de la Asociación A Morteira. Un gigante, un coloso, una joya natural venerada por quienes han crecido a la sombra de sus 17 metros de altura y por aquellos que llegan a esta recóndita aldea sólo para verlo de cerca.

En su dilatada trayectoria vital ha perdido algunas guías que estorbaban a quienes, antaño, trabajaban el campo y querían mantener abiertos los pasos para los carros de vacas. Pero eso no le ha impedido sobrevivir, ni los incendios, ni la mano no pocas veces despiadada de un hombre que, en ocasiones, parece enfrentado a la naturaleza que garantiza su propia existencia.

Si el castaño del Cantín hablara tendría mucho que decir, grandes historias que contar, seguramente no pocas maduradas sobre sus propias raíces y al resguardo de sus ramas, ahora plagadas de zurrones de castañas que, si no lo han hecho ya, están a punto de caer al suelo, oficializando el inicio ya iniciado de una de las estaciones más bonitas en el Bierzo, de tonos ocres y rojizos que inspiran a eso que llaman paz interior.

La caroca del castaño centenario de Villasumil es como una fortaleza impenetrable que abre no uno, sino más de un ojo, hacia un cielo que depende no de quien lo mira, sino del ramaje del Cantín y de la época del año. Verde, azul, gris, blanco, amarillento o rojizo. Cualquiera puede ser la escena vista desde abajo, al resguardo del frío y del calor, protegido por el robusto tronco del árbol que mejor define la identidad de quienes pueblan su alrededor.

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