Diario de León

Un lugar entre zapotes

La capital del estado mexicano de Jalisco tiene razones más que suficientes, y notables, para todos los gozos. Tal es el caso, y eso creo y deduzco, de Zapopan, su santuario franciscano de estilo barroco finalizado en 1730

El templo de devoción mariana es un verdadero trasiego de gentes.

El templo de devoción mariana es un verdadero trasiego de gentes.

Publicado por
ALFONSO GARCÍA
León

Creado:

Actualizado:

Al margen de los tópicos, cuya realidad no deja de estar viva, Guadalajara, la capital del estado mexicano de Jalisco, tiene razones más que suficientes, y notables, para todos los gozos, entre otros, y a alguno me acerco hoy, porque cuenta con una variada oferta de monumentos históricos y lugares de interés cultural, enraizados en su propia identidad, que hacen de ella una ciudad atractiva. Muy atractiva para quien esto escribe, lo que seguramente explica repetidas presencias.

No salimos prácticamente hoy de la zona metropolitana, puesto que la visita centrará la atención en una de las joyas del turismo religioso de México, en un municipio al norte de la ciudad, un municipio, por cierto, de notable auge económico. Al margen de creencias, que no es este el asunto, hay referencias que, observadas, ayudan a definir o entender las múltiples variantes del espíritu de un pueblo. Tal es el caso, y eso creo y deduzco, de Zapopan, de su santuario franciscano de estilo barroco finalizado en 1730. Hay otras razones que complementan la visita —el Arco de ingreso, el Museo de Arte, con presencia de notables pintores, la zona arqueológica El Ixtepete…—, pero no se puede negar que casi todo gira en torno al santuario. Me aseguró un devoto, de rostro cobrizo y fe ancestral, que, junto a Guadalupe, «es este el de mayor devoción del país, no más». Y entiendo ese ‘no más’ tan característico como categórico y tajante. Quede así el asunto. Zapopan, cuya etimología deriva del náhualtl, parece significar «lugar de zapotes», fruta que, según me aseguran, equivaldría a chirimoyas. Hay quienes amplían las posibilidades a otras frutas, entre ellas el mamey, que ya me gustaría, ese feliz descubrimiento de mis andanzas americanas que me cautivó. La exquisita textura y dulzura del mamey es el mejor adjetivo, o comparación, que uno pueda aplicar en determinadas ocasiones.

La explanada que se abre de cara al santuario, muy amplia y ajardinada, se convierte en un hermoso espacio con notables y sugerentes esculturas, arbolado y quiosco de música. Un patio interior, separado por rejería y con la presencia escultórica de Juan Pablo II y Fray Antonio de Segovia, evangelizador este y pacificador de la Nueva Galicia, da acceso a la hermosa portada hacia el interior, con dos imponentes torres achatadas que a uno se le antojan gemelas. Por no faltar, no carecen de leyenda, apenas oída, o a saber usted qué parte de realidad. Entre sus muchas campanas, parece ser que un fraile estaba volteando el esquilón de la torre sur y el contrapeso permitió atrapar el hábito del religioso, arrojándolo hasta el atrio y provocando su muerte instantánea.

Es domingo por la mañana. A medida que avanza se multiplica el gentío: hay un verdadero trasiego de gentes de toda edad y condición que manifiestan una devoción y respeto que impresiona. Es, sin duda, una cita festiva de espiritualidad, honda y sentida. El viajero ha ido aprendiendo que el silencio, uno de los principios de la sabiduría del mono, es vehículo de aprendizaje y de respeto. La intensidad sube ante la imagen de la virgensita hecha de pasta de caña de maíz, como si la plegaria les uniese definitivamente a la tierra y sus frutos. Por eso «La Generala», como llaman a esta Virgen de la Expectación, visita cada año diversos templos del Estado, a la que imploran protección y una buena cosecha. En los aledaños de la basílica van subiendo los olores a fritangas, sube también la intensidad de la luz y el color con muchos globos que iluminan el aire, los encuentros y saludos, las artesanías y los jueguitos para niños, de la caridad que alivia aunque sea poco… La amabilidad tapatía no parece tener límites. «Venga el 12 de octubre y verá», relata con orgullo una de las empleadas de la librería. «La famosa romería se inicia en la Catedral de Guadalajara y recorre ocho kilómetros hasta llegar a esta basílica. A la peregrinación acuden miles y miles de fieles. El evento se convierte en una gran verbena popular que se vive entre cantos, danzas prehispánicas, celebraciones religiosas y comida regional…».

Recorrí con detenimiento el interior de la basílica, con algunas imágenes que me interesaron especialmente, quizá por su entronque popular. Custodiada por una comunidad franciscana, con seminario incluido, la visita de la librería que regentan puede ayudarle a conocer más asuntos del lugar. No debe dejar de visitar la tienda, sobre todo si es amigo de artesanías y belenes, algunas de mis clásicas debilidades, aunque no únicas. Qué más quisiera. Pero si algo no debiera perderse, al margen de lo ya visto, es el pequeño Museo de arte Huichol, en uno de los laterales del complejo religioso –en la antigua Sala Capitular del convento—, al que me llevó la casualidad provocada por la curiosidad.

«Los Wixaritari [nombre que reivindican los huicholes para referirse a ellos], «gente que puebla lugares de plantas espinosas», o Vishalica, «doctores, curadores, cantadores, videntes, soñadores, caminantes», constituyen junto con los Naayarite o Coras, los O’dam o Tepehuanes del Sur, y mexicaneros, una de las cuatro etnias o pueblos originarios, que habitan la Sierra Madre Occidental, en la confluencia de los estados de Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas. Se les considera como los que mostraron más resistencia a la conquista, y hasta la fecha siguen luchando por conservar y perpetuar su cosmovisión y costumbres». Un museo pequeño pero intenso, ordenado y didáctico, explica todo ello a través de objetos, paneles, escenas recreadas… «Su origen –leo ahora en el folleto adquirido— es Winicuta: el desierto donde nació el sol y se creó el mundo, desde ahí los dioses siguieron la ruta del sol para fundar la Nación Wixárika. Después de hacer mucha penitencia, murieron desmembrando y dispersando sus cuerpos para crear con ellos los elementos de la naturaleza; le ofrecieron al hombre plantas, animales y frutos de la tierra; por eso los wixaritari [que perviven aún diseminados por la ciudad y la sierra] dicen, según esta concepción, que ellos son los dueños del mundo».

Cuando cierro la jornada viajera, hago siempre un repaso del día. Y alguna reflexión. La primera, en este caso, tantas veces repetida, discurre por las aguas de tantas carencias como uno, al menos, tiene. Qué hermoso resulta conocer las cosas del mundo, me digo en silencio. Y añado en esta circunstancia concreta: hay muchas Guadalajaras, muchos Méxicos… Me consuela creer que lo mismo ocurre en todas las tierras en que nace el sol cada día, aunque sea a distinta hora.

tracking