Diario de León

LUGARES FIGURADOS. LUIS CARNICERO, arquitecto y poeta

La vida tras pasos, tras luz

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Tiene el Bierzo, también en el aire, invisibles rescoldos donde fragua el otoño sus mejores cristales. Cruzando el pueblo de Busmayor, una pista te llevó hasta la senda del Faxeiral, que conduce a lugares donde es seguro que hay ángeles con alas-melancolía, entre símbolos sagrados de renacimiento-ocultación.

Al entrar en el bosque de los abedules, ardía belleza-sincielos entre lánguidas sombras que acaso vinieran a emborracharse, rodando infinitud, desde la sierra cercana del Caurel. Se desnudaban las ramas ante oblicuos fuegos-prodigio entre amarillos-fulgor, y madurez. Brillaban las hojas de entrega-desvanecimiento esperando resurgir, como la flor. Fluía el arroyo de la Valiña Grande reflejando en sus aguas las lenguas del musgo que, en su umbría-ebriedad, son piel-humedad de las piedras que sueñan ser carmín-voz.

No medías el tiempo. En tus oídos sonaron las músicas de El Paraíso Perdido de Penderecki, y de la Gymnedie primera de Erik Satie, contemplando Silencio, escuchando Color. Nada estaba marchito. Entre las hayas -sumida en la tierra- sentiste la Sangre que volvería a ser yema, el crepitar de la vivísima alfombra irisada de gamas robadas al sol; y luego volviste a sentirla en cascadas hirviendo, desbordándose en plenitud.

No caía la tarde, brotaba del suelo respirando violetas y verdes horneados. Y seguiste entre hayas y acebos, desviando la ruta para llegar a la Cueva de la Raposa, a la trascendencia-oscuridad. Volaban aves color escarlata con vacíos-sordina. Regresando a la senda, volviendo al resplandor, te detuviste en un Centro donde una Piedra-Cáliz guarda los nombres de los poetas que dejaron allí su latir en la Luz.

Y ?ascendiste hasta la Frevenza de Arriba. Y viste puentes, otra cueva, —la de Veiga Cimera— robles, avellanos, transparencias sagradas, miedos, prados corales… vida intensa bajando-pasando ante ti. Al salir del hayedo te esperaba la luna. La lluvia besaba con mínimos labios. El noroeste traspasaba tus ojos traslucido en imanes-raíz. Y si fuera así mismo la belleza-eternidad: despertar-renacer encarnado tras el invierno, tras haber permanecido —con el alma deshojada— en todo aquello que se amó.

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