Diario de León

REPORTAJE

Villafranca del Bierzo: piedras, agua y camino

Villafranca del Bierzo

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León

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Villafranca del Bierzo está a punto de despedir el segundo centenario de capitalidad capital de la breve provincia del Bierzo, entre 1821 y 1823. Pasado el trienio liberal la provincia berciana, que incluía Valeorras y Laciana, fue suprimida.

En Villafranca se respira el aire de los tiempos de grandeza nada más entrar en su casco antiguo. Hay que detenerse en la plaza El Campairo para entender que la villa del Burbia, donde arranca también el valle angosto del Valcarce, siempre será una capital.

En la escalinata que desemboca en la calle del Agua están sus orígenes. Aunque los romanos ya vieron su utilidad como fuerte defensivo para custodiar el paso del oro, sería la llegada de los monjes de Cluny la que marca el comienzo de su esplendor. En El Campairo se pueden ver los restos de la iglesia de San Nicolás de Burbia. En el año 1120, la reina Urraca, con el permiso del obispo de Astorga, otorga este lugar a la comunidad clunianciense, como deja constancia el documento que custodia la Biblioteca Nacional de Francia.

En Villafranca hay que leer debajo de las piedras para descubrir sus raíces. No tardaron mucho los monjes en construir el monasterio de Santa María de Cluniego (s.XII), donde hoy se encuentra la Colegiata de Santa María y el obispado de Astorga en recuperar la titularidad sobre San Nicolás. El topónimo es el eco del campanario que tuvo, que convocó mercados y concejos.

La iglesia de San Nicolás de Burbia se destruyó en el siglo XVIII y su parroquia se traslada a San Ignacio, desocupada debido a la expulsión de los Jesuitas. Villafranca tenía ya desde el siglo XII la iglesia de Santiago Apóstol, con su puerta del perdón abierta en los años compostelanos para otorgar el jubileo a los peregrinos que llegaran hasta ella si habían recorrido más de 100 kilómetros y no podían continuar.

Villafranca cuenta con numerosos edificios de carácter monumental, al igual que palacios y casas blasonadas como la que vio nacer al insigne escritor romántico Enrique Gil y Carrasco.

La posición geográfica como puerta de entrada a Galicia convirtió a la villa en un lugar de descanso y reposo para peregrinos enfermos. Y también en importante lugar de mercado que, en el siglo XIX, asiste a la fundación de la primera banca leonesa por Policarpo Herrero, cuya efigie mira a la Alameda desde el convento de la Divina Pastora, antiguo hospital de peregrinos del que fue mecenas par su transformación en colegio en 1930 como lo fue antes del Teatro Villafranquino, inaugurado en 1905.

La impronta negociante de Villafranca queda aún en unas cuantas ferreterías que subsisten a la embestida de centros comerciales e internet. Cuenta con varias sucursales bancarias, hecho casi insólito en este tiempo de despoblación y su oferta gastronómica hace honor a la riqueza de la olla berciana y la tradición ganadera de la zona.

Cuenta la leyenda que Villafranca fue elegida como lugar de abrigo para los rebaños por los pastores de alzada que bajaban desde Luarca huyendo del temporal cuando visionaron una vaca blanca en el lugar. Palacios y blasones se suman al castillo de los Marqueses de Villafranca y dan abolengo a la villa. Cuna de escritores y artistas, desde Enrique Gil y Carrasco, cuya casa natal espera ser rehabilitada en la calle del Agua, a Antonio Pereira, cuyo centenario se acaba de celebrar, sin olvidar a Ramón Carnicer, cuyo busto se encuentra en la calle Prim, o al artista Norberto Beberide y el polifacético Juan Carlos Mestre,

Pueblo llano y nobleza que en verano se mira, como las nubes y montañas, en la elegante y cuidada playa fluvial, el ciclo de conciertos del festival de Villafranca, entre el castillo y la iglesia de San Nicolás y hasta un carnaval de verano, que hace honores a la vocación lúdica y creativa de la villa.

Más allá de la graandeza monumental y cultural de la villa está la natural. Merece la pena traspasar su puerta y sumergirse en la Reserva de la Biofsfera de los Ancares Leoneses. Pallozas, hórreos y el aire más puro de la Peninsula son un atractivo difícil de igualar. Hay que ir sin prisa a Campo del Agua, Paradaseca... o lanzarse por el valle de Fornela a la fiesta del 15 de agosto y disfrutar de los danzantes de Chano..

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