Diario de León

Antonio Manilla

Comunicar emociones

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Hoy venimos aquí con un comentario estival —en verano el columnista también se relaja un poco— sobre esa moda televisiva de poner a contar espectáculos deportivos a sus antiguos practicantes, con un desdén olímpico hacia el punto de vista del espectador. En materias minoritarias, tiene cierta razón de ser, porque nadie conoce la normativa de todas las especialidades mediante las que el ser humano mantiene en forma la maquinaria del cuerpo y entretiene su espíritu. A uno que pasa por la calle le dicen catamarán, carpado y garabito y lo más probable es que conteste «In spanish, please». Pero muchos de esos peatones, en caso de preguntarles por el «partido a partido» o por el var, te dictan una conferencia sin papeles sobre la filosofía del Cholo Simeone y las relaciones entre deporte y tecnología. De fútbol y política, casi todos sabemos lo que no está escrito. Somos espectadores más o menos capacitados, aunque el curso nos lo hayan dado las barras de los bares donde pasan la droga blanda de los partidos.

Es curioso lo que aquí ocurre con el fútbol. Es cierto que un crítico literario acaso haya publicado alguna obra de creación, pero al fin y al cabo tanto la crítica como la escritura se hacen con palabras. Lo que es seguro es que un comentarista taurino jamás se ha puesto delante de un toro en Las Ventas ni uno de arte ha expuesto en el Reina Sofía. Y, sin embargo, en los partidos de fútbol siempre se recurre a ex profesionales del balón, como si haber jugado contra Malta cualificase para juzgar las estrategias y comunicar las emociones que transcurren en un terreno de juego. Algo, comunicar, que se hace con palabras, no con puntapiés, y que a mi parecer consiste en expresarse en el lenguaje del espectador. Ya dijo Emerson que «un jilguero no es un buen ornitólogo».

¿Será eso por lo que tantos futboleros le quitan el sonido al televisor y siguen la retransmisión a través de la radio? Los locutores deportivos, carne criada en las gradas, se mueven como maradonas de barrio en el terreno del «conocimiento sentido», que es lo que reclamamos la mayoría. En ese lenguaje aficionado y vehemente, cardíaco como la imagen de un espejo convexo —en el que no tienen parangón los locutores sudamericanos que nos ha traído internet—, muchas veces está lo que diferencia un buen partido de un gran partido.

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