Diario de León

Antonio Manilla

Columnismo y desayuno

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Pienso, con total sinceridad, que quien no sea capaz de defender una idea y su contraria no debería dedicarse a esto del columnismo. Porque el articulista, a diferencia del político y del incondicional, no es un ser de certezas, sino antes bien un alma perennemente habitada por la duda. No un sacerdote sino un escéptico. Sin esa dosis de inseguridad, además, sin ese estar un poco en modo veleta, porque nadie es capaz de controlar los vientos de la actualidad ni mucho menos sus propios arranques matutinos, a mí cualquier firma coherente y enteriza, de esas que siempre predican las verdades del barquero con total convicción, como si pensaran en uniforme, me resulta sospechosa y hasta estomagante. He llegado a entender, por eso, incluso los cambios de rumbo, de sentido y hasta de carretera de ese partido detergente y municipal cuyo ideario está dictado por las redes sociales. Así que no digo más. Bueno, sí: que también estoy convencido de que la política es la afición de los que todavía no han comprendido que el mundo no es una de las cosas que está en su mano cambiar, es decir, que me importa poco, salvo como tema humorístico.  

Uno siempre se levanta bastante radical, pero hay días que se inclina hacia un lado u otro dependiendo únicamente del más sólido principio con el que cuenta todo hombre: el desayuno. La comida que impulsa la veleta de la opinión hacia un punto cardinal u otro, que ya escribió Walt Whitman que «contenemos multitudes» y estas suelen ser bastante volanderas. Cómo va a tener uno el mismo talante o incluso las mismas ideas el día que ayuna que el que se embucha un almuerzo atlántico de hotel. Pues esto hay gente que no lo comprende. Y que te pide explicaciones por esta o aquella incoherencia tuya, como si la hubieras dictado tú y no tu estómago.  

De la importancia del desayuno en el humor de las personas y en el punto de vista del articulista no se ha escrito lo suficiente. Hay ruedas de prensa que, después de escuchadas, permiten adivinar el número de cafés que se tomó el orador casi sin lugar a error. Columnas que predican un exceso de bollería o una carencia alarmante de azúcares. Cambios de opinión tan extremos que solo pueden explicarse por esa primera refacción del día. Izquierdas y derechas son una antigualla. Ideologías. Lo que importa es el desayuno.

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