Diario de León

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Hay aquí un tipo que tiene en un guariche de casa unas sacas de bellotas de encina y roble que recoge cada otoño acompañado de dos hijos, un perro y una cesta con merienda verdadera: tarterita de tortilla guisada y filetes empanados. Y así, cuando sale a darse un voltio por esta circunstancia rural -monte, valle o paramera-, coge de ahí unos puñados de bellotas. El tipo es de lo que no hay, aunque en España hay ya unos dos mil como él que creen a la ciencia que avisa: «antes de veinte años los incendios en bosques nórdicos y siberianos serán tan devastadores como en la Amazonia»; y el sol, gallina del huevo turístico de este país, pintará la península con calvas magrebíes, secarrales y cuatro lágrimas verdes aquí y allá. Este tipo cree que si esa muerte no puede evitarse, que se aplace al menos... un poco de dignidad, señores de la sala, dignidad.  

Sin embargo, según un funcionario de  Cuarto Ambiente , este tipo es un cuasiterrorista que no se encomienda ni a Dios ni al Diablo ni a la autoridad y se mete a repoblador sembrando a capricho esas bellotas que guarda como ardilla loca o urraca ladrona. El funcionario es ingeniero y asegura que esa tarea compete solo a ingenieros (forestales, claro, los de caminos ya tienen asignadas otras fechorías en el monte); así que el  manguitos  espera en su despacho el decreto de algún plan de reforestación, espera a que le busquen financiación, espera a que lo aprueben y, finalmente, espera a devolverlo por enmienda o revisión... (y así lo único que se repuebla es el funcionariado).  

Nuestro bellotero sonríe: ¿terrorista?... toda esta tierra se tupió un día de robledal y encinar espeso de sur a norte, así que cualquier lugar pide bellota tras siglos de arado o hacha, dando efusiva bienvenida al primer y único leonés cierto,  el árbol . Terrorista es el que tala, quema o daña al monte, así que confía ver un día excursiones de escolares con morralito de bellotas y terrorismo sembrador, niños que crecerán a la vez que esos robles mirando por ellos quizá y librándolos del incendio o la sierra que hoy no dejan de mirarles.

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