Diario de León

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En la fraga de Cecebre, en el bosque donde se esconde el bandido Fendetestas al acecho de los caminantes y de noche se pasea la Santa Compaña, hay un difunto nuevo. Tiene la barba blanca, la cabeza pelada y cuando estaba en el mundo de los vivos hacía películas surruralistas y decía cosas tan hondas como esta: «el cine es un haz de luz en la oscuridad». O como esta: «si amaestras una cabra llevas mucho adelantado».

José Luis Cuerda, genio del humor absurdo, director de El bosque animado , de Amanece que no es poco, y de La lengua de las mariposas , realizador de Así en el cielo como en la tierra y Los girasoles ciegos, se ha ido con sus personajes; los que tejió con la complicidad de Rafael Azcona, el guionista más reconocido del cine español; los que adaptó a partir de los textos de otros autores como Manuel Rivas, Alberto Méndez o Wenceslao Fernández Flórez. Se ha ido con ellos; con Hermelinda, que está harta de ser criada; con Xan de Malvís, que abandonó la labranza para asaltar a los incautos; y con Fiz de Cotovelo, que no ha dejado de vagar por el bosque en busca de un cristiano que peregrine descalzo hasta San Andrés de Teixidó.

Ahora pasea José Luis Cuerda, que era de Albacete aunque encontró un hogar entre los viñedos de Orense, por la Sierra de Segura, por las callejas de Aýna, Liétor y Molinicos, pueblos abigarrados en la montaña donde el amanecer es una proeza. Y lo hace junto al cabo Gutiérrez, que no apea el tricornio, o en el sidecar verde de Teodoro. Ahora escucha otra vez a Cascales, que quiere cambiar de personaje, y oye los vítores que le dedican al alcalde necesario, que no contingente.

«Era como Berlanga, pero de otra manera; como Trueba, pero diferente», ha dicho de él Antonio Resines, uno de sus actores más populares. Cuerda, que hace unos años estuvo en el Festival Cinefranca de Villafranca del Bierzo con un nutrido grupo de ‘amanecistas’, así se llaman quienes rinden culto a su película más famosa, ya no se encuentra entre nosotros.

Y lo normal en estos casos es escribir que nos quedan sus películas, el discurso emocionado del maestro don Gregorio y todos los diálogos hilarantes que emergieron de su cabeza. Eso y la certeza de saber que en algún bancal de acelgas alguien está aprendiendo a besar y hace palanca con la punta del pijo.

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