Con Cunqueiro

Creado: 29.02.2020 | 11:48

Actualizado: 29.02.2020 | 11:48

Quede claro: no preguntarle antes a Álvaro Cunqueiro Mora-Montenegro si te pones a rodar por Galicia y su circunstancia es como ir cojo y sin muletas a una tierra de mucho pliegue y gente plegada, no llegando nunca a lo lejano ni a lo hondo de esa nación que sueña entre lo absurdo y lo mágico por huir de la fatalidad que rige su destino sin remedio.

Biblioteca Castro acaba de editar una selección de doscientos artículos entre los más de veinte mil que dejó como escritor y periodista en el efímero reino del papel-prensa. Ahí va magia literaria. Pereira , que le trató y le leyó, le admiraba, qué inmensos e intensos cuentistas los dos; pero media España y la izquierda postinera aún siguen negándole no ya la admiración que pueda merecer -alguna será-, sino al menos un leve fisgar su obra, un vistazo a escondidas por matar la curiosidad; y no le dan venia literaria porque vistió eufórico camisa falangista en la Guerra Civil, aunque fuera antes un radical nacionalista militante del Partido Galleguista; sin embargo, tempranamente, en 1943, acabarían expulsándole de Falange, el franquismo le retiró el carnet de periodista y se dio la orden a todo medio oficial o influido de no contratarle, así que tuvo que dejar ABC de Madrid y volver a su Galicia donde fue inicialmente arduo colaborar en prensa (usaba seudónimos ); solo al final dirigió unos años El Faro de Vigo , incontestable ya su talla literaria tras ganar el Nadal con Un hombre que se parecía a Orestes , novela en la que me zambullí a lo loco y me desorientó pidiéndome más lecturas que domesticaran mi rebeldía lectora. El realismo mágico sudamericano fue antes gallego.

Tuve la fortuna de conocer a Cunqueiro y hacerle aquí, en 1974, una larga entrevista para « Pueblo », seguida de charla informal esperando más de una hora al chófer que le devolvía a Galicia. Estaba animado, risueño. Habló hasta de política. De cocinas y pueblos, mucho. Pero con algo que me dijo ese día demuestro hoy yo que la queimada no nació gallega, no señor. La inventó un leonés ¡en Teruel!, irrebatible teoría.