Diario de León
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No lo pude evitar. Hace cuatro días contaba Manuel Félix en este periódico: El gavilán va a la oficina en pandemia. Y yo estuve un rato, hasta que lo pasas mal porque no se te quita, Gavilán o paloma... Ya, es de la sección antigüedades, pero unos cuantos la estarán cantando. Dicen que está la Naturaleza tan que se sale que se mete por donde quiere. Los animales le han perdido el respeto a lo humano. La paloma que volaba por aquí día tras día ya no viene y puede que sea por eso mismo, porque ha encontrado nuevos lugares de confianza. O igual entró en algún sitio del que no ha salido. De esta casa sí, y lo hizo por sus propias alas.

La verdad es que tampoco les recomendaría a los animales confiarse mucho porque, a su pesar, hasta la cocina han llegado siempre. De hecho, aunque hacía un día ventoso, con la ventana a medio abrir se oyó: pues por 25 o 30 euros, un cabrito o un lechazo. Se decían dos hombres. Así, que las cosas acaban como suelen acabar. Por eso, aunque sea cierto que de una vez por todas haya que apostar por el respeto y la conservación de la Naturaleza y el Medio Ambiente, también hay que recordar que estamos aquí a lo que estamos y que lo sostenible se basa más en lo natural que en los inventos artificiales. Y de esa índole hay algunos que en aras de su conservación no conservan nada. Yo no tengo mascota, por lo que no he salido a pasear a ningún animal, ni tampoco practico la equiparación de los animales a las personas. No corro, así que dejo el sitio. Aunque tuvimos peces.

En un par de ocasiones y con resultados desastrosos. De hecho, han quedado prohibidos. El primero que se murió batió records de permanencia en la pecera pero al revés. Duró tres días. Y llamé a la tienda y protagonicé una desastrosa conversación. Se ha muerto uno de los peces. ¿Qué hago? ¿Tan pronto? Sí, empezó a quedarse sin fuerzas... Bueno, pues ven que os doy uno. ¿Llevo el muerto? No, por dios. El pez empezó a quedarse sin fuerzas... Repetí. Y añadí: Se ve que el otro intentaba reanimarle, porque le daba golpes con el morro... Bueno, anda, ven que te doy otro, dijo la chica. Y para allá nos fuimos los niños y yo. Al entrar, la chica se reía: Tenía una curiosidad por saber quién eras... ¿Para qué querías traer el pez muerto? Y, ¿sabes qué hacía el otro pez? No lo reanimaba. Intentaba comérselo.

En cuanto detectan debilidad del otro, intentan cargárselo. Es decir, que yo que pensaba que aquellos peces de colores era nuestro momento Disney, resultaba ser una pecera llena de tensiones territoriales sumergidas, en donde había un conflicto de intereses mientras nosotros mirábamos a los peces como las vacas a los trenes. No seré yo quien diga que esa frase me suena a esto, aunque el que esté libre de esa mirada que tire la primera piedra. Parece que en las casas españolas, claro, habrá excepciones, hemos podido mantener ciertos niveles de convivencia extrema, como lo es la de estos días. Habrá casas pecera y somos un poco peces de ciudad. Así que no hay más remedio que llevarse bien dentro de casa. Yo me llevo bien con mi compañera de piso, mi madre, pero este chiste me lo pisó ayer creo que Dieter Brandau cuando lo dijo en la radio.

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