Diario de León

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Decía Giulio Andreotti que el poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene. El poder desgasta a quien, lo tenga o no, no sabe manejarlo con inteligencia. Ejemplos hay como para llenar una enciclopedia. La actualización no tiene fin, aunque sí capítulos reseñables de poder  autodesgastado con ensañamiento a base de torpeza imperdonable. He ahí la borrasca enroscada en torno a la reforma laboral, cúmulo de despropósitos y prueba de preocupantes desencuentros que resquebrajan una estructura de gobernanza que hace aguas cuando menos se neceesita. Se rompe además por las esquinas, esas que chocan contra rocas que no vienen a cuento en este momento. Puede ser sentido de la política o de la oportunidad, pero desde luego no de la responsabilidad. 

No habrá gobierno en el mundo al que no desgasten las decisiones tomadas frente a la pandemia. El virus sólo dará rédito político a quienes, desde la cómoda distancia, pidan responsabilidades a posteriori. El Ejecutivo de Pedro Sánchez no es una excepción. Es cierto que no hay receta, no se le puede pedir al Gobierno que pague y que no gaste, que limite y que no prohíba, que controle pero sin mecanismos para hacerlo. 

Tan cierto como que su poder se verá sobre todo erosionado por sus contradicciones, por el ansia de sus socios o societes, por el egoísmo de quienes llevan el panfleto por delante de la razón. La reforma laboral en vigor ha de ser debatida, las urnas dieron el mandato de hacerlo. Pero ¿ha de ser ahora, en su totalidad, faltando a los compromisos, poniendo en un brete el equilibrio del Gobierno y el criterio de sus mentes más laureadas? ¿Traicionando a unos agentes sociales sin los que el asunto se convertirá en una desestabilizadora guerra sin cuartel? ¿Creando una inseguridad jurídica que asuste más al  miedoso dinero de la inversión? Sobre todo, ¿a cambio de qué? Se habla de lo que se quita, pero no se sabe nada de lo que se articula a cambio. Precisamente ahora, con el país roto por la parte laboral y por la empresarial. No se puede ser más torpe. 

A no ser que la ecuación sea que, puestos a perder, hay que sacar la mejor tajada posible para vender en el futuro. No cabe esta posibilidad. La política de tierra quemada para tener dónde cazar votos en el futuro no entra en lo aceptable cuando el sufrimiento de los ciudadanos está en estos límites. ¿A qué se juega? Ojalá no sea a la gallinita ciega...

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