Diario de León
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León

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Resulta desoladora la evidencia de que la juventud, sabiéndose prácticamente inmune a la pandemia, no está dispuesta a realizar mayores sacrificios que los que ya ha hecho para contribuir a detenerla. Puesto que han concluido las medidas coercitivas, la generación emergente ha decidido que va a divertirse sin más contemplaciones, caiga quien caiga. La prensa reproducía en un reportaje sobre los botellones la declaración estremecedora de una muchacha que participaba en ellos: «A mí, sinceramente, los muertos me dan igual». Vamos por la segunda gran crisis en una década. En la primera, las soluciones fueron cruentas y se cargaron sobre las generaciones más jóvenes, a las que se negó el derecho al empleo, la capacidad de emanciparse y autodeterminarse. Ahora, cuando todo indicaba que las cosas empezaban a cambiar, llegó la gran pandemia, que no es culpa nuestra pero que representará otra gran postergación de quienes buscan instalarse en la vida. La consecuencia es la que se ve: tenemos una juventud amargada y desolada, que ha dejado de creer en la mayoría de nuestros valores. Y no por su culpa, desde luego.

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