Diario de León

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El inicio de curso viene con la cartera más cargada de deberes que se recuerda. Y con asignaturas más difíciles de aprobar, amenazando con exámenes sorpresa. Concluye la tregua veraniega y se barrunta la nueva realidad, la de verdad, la que nos acompañará quién sabe cuánto tiempo. Marcada por lo imprevisible y frente a la que, paradójicamente, nada puede ser dejado al azar.

El fin del confinamiento parece haber sido el momento en el que el nadador sale a flote para tomar aire con el que avanzar bajo el agua aguantando lo máximo posible. Queremos una piscina de agua clorada, con blancas líneas en el fondo y corchos que marquen las calles por las que podemos bracear sin que nos estorben. Con un socorrista experimentado en el borde, flotadores para emergencias y un botiquín en el que no falte lo necesario.

Nada más lejos de la perspectiva. El tsunami de la vuelta al cole es lo que nos tiene agobiados en el corto plazo de doble vía: faltan unos días para afrontarlo desde el temor y la incertidumbre, y la planificación se ha dejado para la noche antes del examen. Puede que haya los mismos niños con sus sospechosos mocos, que ahora intentamos contener con mascarillas; pero hay las mismas aulas y profesores, así que difícilmente se puede argumentar la distancia social.

Con septiembre se ponen también sobre la mesa las asignaturas relegadas durante el letargo estival. Las deudas de las empresas que siguen braceando crecen a ritmo del inicio de la Gran Recesión, mientras las familias hacen acopio de ahorro porque vienen curvas (contienen el gasto, luego asfixian aún más a las empresas). El número de personas con empleo está en mínimos, los Erte han hecho polvo los ingresos de quienes tienen la fortuna de mantener el trabajo, y las regulaciones tienen fecha de caducidad, aunque siga aplazándose. Está sin regular (quizá incluso sin asumir) el teletrabajo, que marcará irremediablemente el futuro; y estrangular aún más los salarios sólo acelerará la espiral de problemas económicos. Los autónomos deberán devolver sus créditos o pagar con su patrimonio (el que les permite tener un techo) el lastre de la contracción del consumo. El Gobierno bracea también porque el país que se enredó en elecciones y partos de pactos ya no puede seguir sin presupuestos generales por más tiempo. Y más, y más. Esos sí son los retos del nuevo curso. ¿Cómo se resuelven? Nos van a salir heridas en los codos de tanto empollar.

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