Diario de León

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Y... ves cómo va esto y no te extraña que Quino haya pedido que paren el mundo, porque él se baja. Quizá al fin Felipe encontró el argumento para no tener que ir a clase. O se hartó de la verborrea de las Libertades y del cinismo egoísta de la Susanitas, en este mundo en manos de Manolitos con Miguelitos en el limbo permanente y Guilles que seguramente prefieren no crecer nunca, porque al fin y al cabo si eres un bebé que come la tierra de las macetas, pero con ketchup, te conviertes en un gourmet.

Por más que lo buscó a través de la maraña desgreñada de Mafalda, no encontró la forma de colocarse la tirita en las heridas del alma.

Se fue Quino, pero nos dejó a la inmortal niña cincuentona, dándole vueltas y más vueltas a la incansable batidora de su cabezota. Nos quedaremos con las ganas de saber qué pensará esa pandilla de infantiles maduritos de la pandemia y los miedos con que nos estruja. Sobre todo, de los dislates que está delatando en una clase política esforzada en atosigar con sus despropósitos a una ciudadanía atónita. La obligatoria mascarilla puede ser una medida antivirus o una exigencia política para evitar ver cómo transitamos por la deriva de esta enfermedad y sus rebrotes con la boca tan abierta que se nos llenaría de moscas si no fuera por el filtro preventivo que nos adorna.

Somos gentes resignadas, incluso comprensivas en general, no pedimos remedios mágicos y urgentes para una enfermedad que parece que no los tiene. Acatamos en líneas generales (a quien no lo haga, mano dura sin contemplaciones) exigencias marciales que hasta hace pocos meses nos hubieran parecido marcianas. Pero no es de recibo que sobrellevemos esta supervivencia en la zozobra de la sinrazón política. Del incomprensible pulso maniqueo y egoísta, del cortoplacismo del mandato entre urnas, de la torpeza congénita y la falta de entendimiento endémica que ni siquiera es capaz de consensuar cómo hacernos más llevadera esta condena.

Que nuestras administraciones públicas pugnen por llevarse el gato al agua en cuestiones de salud, que los políticos estrellitas y estrellados aprovechen el escenario para arañarse y pillar cacho de lo que no toca, que asistamos día a día al bochornoso espectáculo de quienes nos mangonean, es intolerable.

Como a Mafalda, me decían: ya verás cuando tengas 50 años. Igual que ella, he cumplido 50 y sólo sé que cada vez veo menos. Menos de lo que me interesa.

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