Como Dios manda
El vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado, adelantó ayer lo que parece inevitable no sólo en su autonomía, sino en el conjunto del país (de Europa, del mundo), por más que el espolín político enrede el corazón de las razones con la verborrea interesada que tiene hasta la mascarilla a la ciudadanía. Nos esperan medidas más duras en las próximas semanas, quién sabe cuántas más, si se pretende frenar el desbocado avance de contagios y muertes. Si, como dice Aguado, se quieren salvar vidas, negocios, y «celebrar una Navidad como Dios manda». A saber: con la familia y el consumismo necesario para que el comercio también tenga algo que celebrar.
De momento lo que manda Dios es un recrudecimiento de la pandemia que desbarata ánimos y negocios, generaliza el miedo y tiñe de incertidumbre el futuro. Desde el más inmediato hasta el más lejano. Ahora que las ocho de la tarde vuelven a teñirse de noche, regresan de nuestras pesadillas aquellas primeras semanas de confinamiento en marzo, cuando desde las ventanas dejábamos oír aplausos y encendíamos linternas de teléfonos y velas para hacernos ver. Llegó después la luz, pero retorna la oscuridad.
«La pandemia ha cambiado nuestra forma de ver la vida, y los valores, ante un futuro incierto», reconoció ayer el doctor José Eugenio Guerrero, jefe de la UCI del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, al recoger el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Porque ha traído dolor, deshumanización y muerte. Sabemos del dolor y de la muerte, espeluzna aceptar la deshumanización. Quienes aseguran que nunca fueron héroes sufrieron «desaliento, cansancio infinito, lágrimas, miedo», pero «siempre volvimos a levantarnos».
Quizá la esperanza y la lucha contra el desánimo sean tan importantes para vencer esta terrible pandemia como la fortaleza de la sanidad o las vacunas que se anhelan con esa pizca de autoengaño que alivia la certeza de que no podrán desarrollarse ni ser seguras a corto plazo.
Aguantar. Con responsabilidad. Incluso para estar alejados de los que queremos, y sin embargo pegados a quienes rodean nuestra actividad laboral, porque el engranaje económico no debe detenerse. Seguir adelante. Como Dios manda. O a pesar de lo que Dios manda.