Diario de León

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Con lo que ha sido este día en la provincia, y le queda ya tan poco trabajo a Santa Bárbara que le han decretado un Erte incluso de celebraciones. Reducción al mínimo para una fiesta que perdió las gargantas que entonaban el himno y ya no tiene monos azules con cascos y lámparas que la mezan por las calles pidiendo protección. ¿Para qué? La patrona ya no tiene minería, ni perrito que le ladre. Por no tener, casi ni truenos le quedan. Apenas una exposición en el museo que atesora en Sabero la memoria de lo que fue.

Por no ser, los fieles de Santa Bárbara ya no son ni reivindicativos. Desbandada de efectivos buscando soles que calienten más. Y el previsto olvido de lo que se adeuda por parte de las instancias públicas, en busca de caladeros de votos más rentables.

Así, en apenas dos años las cuencas han dejado de languidecer para convertirse en pozos de silencio, abandono y desmemoria. Por sus galerías resuena el eco interminable de los proyectos que suelen quedarse en eso, por las calles las ráfagas de desaliento que siembran las promesas incumplidas. Por sus gentes, las que quedan, la desesperanza de quien escucha cantos de futuro como quien oye llover. Descreídos, por la fuerza de la costumbre.

Las comarcas mineras casi han olvidado los motores económicos comprometidos, que se quedaron enganchados en los cajones eternamente perezosos de los sucesivos planes de reconversión. Ni están ni se les espera a los rimbombantes convenios que nacieron ya con la mueca burlona, bautizados como ‘transición justa’.

Por no estar, ni siquiera consiguen verse en la práctica las innovadoras y prometedoras propuestas impulsadas por la iniciativa privada desde el Icamcyl, nacido para convertir en realidad la nueva minería e insuflar futuro, economía y vida a las comarcas en declive. Triunfan en los foros y clústeres europeos que se rifan la multimillonaria financiación para los próximos años, pero se enredan en la torpeza burocrática local a la hora de dejar ver las realidades anunciadas en las cuencas leonesas.

Ojalá el futuro sea diferente, pero por ahora Santa Bárbara se celebra (o quizá no) entre suspiros resignados. Yo la recuerdo de nuevo entre lágrimas, como hago desde que se apagó mi lamparita. Otro año más sin el cumple de papá.

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