Diario de León

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La Junta tiene censados 145.000 solitarios de más de 65 años, en toda la autonomía. Y como la soledad admite grados, y hasta decimales, se nos especifica que es de la no deseada. Es decir, de la que da zarpazos y muerde, de la que repta por las paredes. De la que grita, incluso cuando permanece callada. Solo en nuestra provincia hay 31.000 solitarios de esta clase, según leo en este periódico. Sus historias pueden ser muy diferentes, pero si necesitas una etiqueta que las integre a todas puede ser la de seres humanos. Su soledad es nuestra vergüenza, o debería serla. Hasta Robinson Crusoe tenía la esperanza de ser un día localizado. Hay casas en las que nunca suena el teléfono, y las únicas cartas que llegan son recibos. Hay hijos que olvidan a sus padres. Y quienes nunca se preguntan qué fue de su hermano o de aquel amigo. No se lo preguntan precisamente porque lo saben. Pero no hay que ser adivino: están mal. ¿Cómo te sentirías tú en su lugar? Ya ni siquiera poniéndote en sus zapatos, como proponía Atticus Finch a sus hijos, tan solo sentado una tarde a su lado en su salón de persianas bajadas. La Junta ha presentado un plan de ayuda a estas víctimas del terrorismo de la ingratitud. Entre los diferentes servicios e inversiones, un teléfono al que poder llamar y desde el que poder ser llamado. A veces, basta con eso. A veces, no se recibe ni eso. Sin duda, las personas ancianas son las principales víctimas de la soledad no deseada, pero no las únicas.

También hay soledad entre adultos no mayores de 65 años. Este es un amplio territorio cronológico, donde van envejeciendo sin haber disfrutado de la madurez. A la vez, visibles e invisibles. ¿Quién no tiene un remordimiento al respecto? La crisis y la pandemia han sido la gasolina y el mechero. Y la soledad no deseada está afectando también a los jóvenes. Ya no se trata de la melancolía propia de quiénes se preguntan, con los brazos entrelazados por detrás de la cabeza, si en un día serán amados o si tendrán una bonita casa, sino de desesperanza.

31.000 soledades no deseadas son muchas. Una cifra inmoral. Nadie debería sonreír sin haber saldado antes las deudas de amor con sus olvidados. Nadie debería llamarse ser humano si no ama.

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