Mercadeos inmorales
Cada día los méritos y los valores sufren nuevas depreciaciones. Cotizan a la baja, entre otras cosas porque se mueven en el campo del intercambio de diferentes categorías. Lo imposible se llena de posibilidades cuando algunos directores pretenden dirigir la orquesta movida por una batuta que no respeta el espíritu esencial de la partitura. Viene esto a cuento por lo de la escritora madrileña Almudena Grandes, que, tras su reciente muerte, no fue considerada digna de ser Hija Predilecta de la Villa y Corte. Sí poco tiempo después, como compensación solicitada por un grupito municipal a cambio de apoyar las cuentas de este año recién estrenado.
Me parece bien, sin más y sin condiciones que limiten, el reconocimiento de pueblos y ciudades a sus personajes destacados, caso de la escritora a que nos referimos. Destacados objetivamente por diversas razones, sin ninguna otra valoración, mucho menos política. Si se polarizan las valoraciones, y las decisiones como consecuencia, la dinámica puede llegar al esperpento, el agravio y la carencia de ejemplaridad permanente si el baremo se limita a considerarlos “de los nuestros” o “de los vuestros”, etiqueta de adscripción peligrosa en la que incurren de forma grosera no pocas administraciones. En el caso que nos ocupa, si el apoyo no se produce en otras ocasiones y asuntos, ¿se recurrirá a la liquidación de este como castigo o venganza? El mercadeo depende entonces de las alternancias, de los turnantes, una de nuestras viejas heridas o ese afán revisionista que tanto tiene que ver con las filias y las fobias. Buen escritor, investigador eminente, ciudadano ejemplar…, sin ninguna otra etiqueta. Gran lección que tanto nos cuesta aprender.
Creo que en este asunto ambos grupos han dejado al desnudo su catadura moral. Los primeros por considerar positivo lo que antes no entendieron como tal. La tristeza de utilizar a personas como moneda de cambio. Los segundos por poner en la balanza de los acuerdos personas-dinero, tan enfrentadas e incompatibles categorías.
No todo vale en la vida, donde abunda la metáfora del plato de lentejas. No todo vale en política, donde el arte del birlibirloque de hacer posible lo imposible es una auténtica descompensación de valores y buenas intenciones. El día que la coherencia y el raciocinio entren en los salones del poder seguramente viviremos con menos sobresaltos.