Diario de León

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Este extraño veranillo que estamos viviendo estos días en León está dejando tras de sí una oleada de incendios forestales que por desgracia amenazan con estropear la estadística anual, que en los últimos años nos está dando un respiro en forma de descenso tanto en el número siniestros como de hectáreas quemadas.

Esto confirma, una vez más, que la campaña de incendios forestales se extiende a todos los meses y que las condiciones para que se propague un fuego y cause un desastre medioambiental no entienden de meses del calendario.

Obviamente, las evidencias del cambio climático que hacen que los inviernos parezcan primaveras, y que la sequías sean cada vez más severas no ayudan demasiado, por contra, hacen que los fuegos sean cada vez más virulentos y difíciles de controlar.

Pero contra quien debemos luchar más firmemente para acabar con los incendios forestales es contra nosotros mismos, o más bien contra esa cultura del fuego tan arraigada en algunos usos agrarios. No se trata de ninguna piromanía, a veces sí, pero pocas veces, ni ningún tipo del ahora llamado terrorismo ambiental, es una errónea teoría de que limpiar y quitar maleza es quemar, sin muchas veces medir las consecuencias de este acto. Muchos se creen que porque es invierno los fuegos no se descontrolan, pero cuando se dan factores como los que ahora nos encontramos en el campo como mucho combustible forestal, sequía extrema, altas temperaturas y rachas de viento, se produce el caldo de cultivo perfecto para fraguar un incendio forestal.

Según Greenpeace, el 40% de los incendios forestales se producen fuera de la temporada de alto riesgo, es decir, del verano, y la quema de matorral y helechos por los ganaderos para obtener pastos, junto con las quemas de rastrojos, son la principal causa de los incendios forestales en España.

Lo que hay que tener bien claro es que este mal uso del fuego, detrás de una errónea creencia cultural, no implica impunidad, y que en esta sociedad, quien contamina paga, quien ensucia paga y quien quema nuestros montes paga también, y en muchas ocasiones con la cárcel. Es necesario que este mensaje cale en la sociedad, y sobre todo en las nuevas generaciones de esos a los que llamados el relevo generacional del campos.

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