Diario de León

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Hitler invadió Francia utilizando guías de viajeros y mapas turísticos que podían comprarse en quioscos de estación; eran casi más fiables que la cartografía militar que pudieran robar sus espías, aquellos mapas en los que la inteligencia militar seguía creyendo necesario introducir errores, ocultar carreteras o inventar sitios para confundir al enemigo en caso de que llegaran a caer en sus manos, lo que si ya servía de poco o nada en el siglo XVIII, era ridículo en el XX.

Pero esto de confundir al otro sigue estando más en vigor que nunca porque cuando un enemigo es muy superior (hay media docena de naciones que son potencias muy superiores y, como tales, abusan), confundirle se convierte en el primer arma a disparar, el primer esfuerzo y puesto a tomar. Ahí nos dan lecciones los calamares con sus nubes de tinta (tan periodística ella) disparando una fake news sorpresiva para distraer y confundir al atacante y garantizar así una salida al vivir dejando los heroísmos para otro día. Esas son las viejas cortinas de humo que siempre se usaron en el campo de batalla. En los campos del relato, sin embargo, las cortinas son de tinta en letra. Ahí estamos ahora. Ahí nos rebozamos. Echan fuego los teléfonos. Nunca antes en la historia tuvo una guerra un seguimiento tan masivo. Y tan instantáneo; creemos saberlo todo al minuto y medio. Y nos activamos con mensajes, posturas y un pataleo guerrerín. Creemos lo que nos dicen, deglutimos. Y también vomitamos. Mientras tanto, los hackers de toda potencia ya cuelan sus enredos en la red con ataques o sabotajes; y todo gobierno o empresa aterrada contrata a ciberdelincuentes finos; sobran piratas y mercenarios. Malo. La guerra infame va a estar ahí, en la confusión digital, en los cortocircuitos financieros, bloqueos, infección de sistemas, troyanos, salteadores; añádanse youtubers, tiktokers y otras tribus del espectáculo virtual y del metaverso fantástico haciendo de esto una maldita Babel. Al fondo, un Putin desesperado decide un día cargarse internet. Y entonces, después.... la oscuridad, la tinta del calamar.

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