Diario de León

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Pensar que en el colegio no se adoctrina a los niños es un imposible que nadie en sus cabales puede creerse. Uno de los míos llegó un día a casa con un certificado expedido por Hacienda por las clases a las que había asistido sobre la conveniencia de pagar impuestos y, al día siguiente, le tuve que explicar que la comunidad de Castilla y León es bi(región) y no tiene capital, por más que en su libro Valladolid venga subrayado en rojo. A mi también me pasaba de pequeña cuando me hablaban de Franco como les parecía o cuando Trini, la profe de Literatura, —ahora ganada para la causa de Podemos—nos decía que había que manifestarse en contra de la Logse. Y es que resulta difícil estudiar algo más allá de matemáticas sin que la ideología entre en juego. Incluso la física puede albergar algún que otro ramalazo según seamos fans de la teoría de las cuerdas o groupis de Newton.

De hecho, los mejores profesores de filosofía, de literatura o de historia son los que te dan un enfoque determinado, que no es lo mismo analizar el mundo desde la perspectiva de los Annales que de la Escuela Metódica, ni es igual que te explique la guerra un profe marxista que uno que procede de la escuela de Francisco de Vitoria y no, desde luego no es lo mismo entender por qué Borges era un revolucionario conservador y García Márquez un reaccionario de izquierdas si quien te lo cuenta está de uno o del otro lado de la balanza. Y todo eso pasa porque no existe nada objetable. Todo en la vida es ideología, todo, subjetividad, querido vicepresidente.

Ha dicho Juan García Gallardo que hay algún profesor que se pasa de la raya, o algo así. Verá, es que sin la pasión suficiente para salirse del tiesto nadie puede ejercer la docencia. No se trata de adoctrinar sino de mostrar que la realidad es una y trina, que puede ser blanco y negro, pero también hay un gran espacio dedicado a la controversia que es precisamente de donde parte la evolución. Decía Hegel que todo lo real es racional, pero hay más realidades de las que pensamos.

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