Diario de León

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Esta semana se va a hablar mucho de picaresca. Como si lo viese, ese lector catastrofista que uno tiene ya habrá exclamado: «¡Lo sabía, lo sabía! ¿A quién van a detener?». Pues no lo sé, a alguien seguro, o se merecerá haber sido detenido… pero no van por ahí los tiros. La Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad de León, inaugurará el congreso ‘Picaros, picaresca y picarismo en el mundo hispánico. De sus orígenes a la actualidad»’. Vamos, hasta ya. Nada nuevo bajo el sol, pero todavía hay clases. No basta con sinvergonzonería para ser pícaro, ni siquiera con delinquir. El pedigrí de la picaresca es un hambre crónica, junto con la pérdida precoz de la inocencia infantil y después de la dignidad adulta. Un aristócrata que intermedia para que el Ayuntamiento de Madrid compre mascarillas a precio de langosta, y se lleva por su llamada de teléfono un millón de euros, no es pícaro sino presunto estafador. Dentro del picarismo literario actual se hablará de creaciones de Carpentier, Umbral y Mendoza… aunque casi todas las ponencias se centrarán en los clásicos. Las habrá dedicadas específicamente al Lazarillo, obra a la que el galeote Pasamonte vaticinó que la eclipsaría cuando él mismo publicase sus memorias. «Mi Agripino me regaló un camisón picardías cuando éramos novios, ¿cuenta como picaresca?», se preguntará esa lectora centenaria que todos los columnistas de provincias tenemos. Dejémoslo en picarón, pero si lleva al congreso el recibo quizá les hagan rebaja en la matrícula. Díganles que van de mi parte.

La literatura española fue la primera en darle voz a un crío hambriento y a su candidez robada. En los siglos XVI y XVII, Europa leía en español. El congreso tendrá lugar, desde mañana al viernes, en la biblioteca San Isidoro, en el Campus. Dirigen Juan Matas y Robert Andreas Folger. Nuestras Humanidades están vivas.

Pasado y presente están conectados por túneles sombríos. La crisis que hoy sufrimos ayudará a percibir mejor aquella otra hambría colectiva, pervertidora de sus propias víctimas. Por eso, un aristócrata puede ser un timador, incluso un monstruo… pero no un pícaro. Sin hambre no hay picaresca. Aunque, a veces, la mano más sucia se oculta bajo un guante blanco.

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