Diario de León

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Me encanta pasar y pasear por el Jardín de San Francisco. Su fuentona, coronada por Neptuno, el señor del tridente con nombre de planeta, me atrae como un imán. Es un lugar especial para escuchar el sonido del agua, contemplar la armoniosa disposición de las flores que renueva el servicio de jardines estación tras estación. Y mientras paso me gusta escudriñar en las formas de esta piedra labrada. Hace unos días me fijé en las lápidas que dejan constancia de su fábrica ‘Por el Común de vecinos de León para la higiene y adorno de la ciudad’ Todo ello en tiempos de Carlos IV... Qué bonito recuperar el sonido de el Común. La voluntad de la gente, del pueblo entero, por encima de cargos y carguitos.

La participación ciudadana es una de las asignaturas pendientes de la democracia. En esta ciudad de ringorrango parlamentario, con cuna de postín rematada con sello de la Unesco a cuenta de la asambkea que convocó Alfonso IX en el claustro de San Isidoro en 1188. Cada primavera se nos llena la boca a cuenta de los Decreta. Se ponen flores en la boca y se cantan las glorias del reino con melodía de pájaros. Pero la participación del común en la cosa pública sigue siendo deficitaria y pobre. El intento de los presupuestos participativos que lleva a cabo, como el llanero solitario, el concejal Nicanor Pastrana se ha quedado en una anécdota a falta de un poco más de compromiso.

El legado oral de los concejos debería de tener tanto o más valor que las palabras escritas de los Decreta —transcritas— y convertir a León en un referente de la participación ciudadana para tomar decisiones de calado. Una participación que no es un mero asambleísmo. Tiene que ser una implicación informada en la gestión de los asuntos que conciernen a la ciudad. Se trata de promover la participación con información.

La excavación arqueológica de los cubos de la calle Carreras es un caso emblemático. Bajo el asfalto han aparecido los cimientos de siete torres romanas, unas mejor conservadas que otras. Paso por allí por el puro placer de contemplar las piedras. Las cicatrices de la Muralla cobran sentido. Un silencio absoluto se cierne sobre estos restos milenarios cuyo destino, fraguado en los despachos sin un ápice de debate puede ser quedar enterrados bajo la flamente calle peatonal.

En la carrera por la foto y la gesta de los mandatos municipales es muy difícil hacer encajar los gestos verdaderamente democráticos. Informar, debatir y tomar decisiones de acuerdo a un proyecto de ciudad en el que la mayoría se sienta reflejada. Decisiones que a veces pueden incluso incomodar. Lo fácil es seguir la inercia de Poridad. Que gestionen los técnicos, que decidan los políticos y que paguen los comunes. El Común y lo común no van de la mano. Solo quieren votantes.

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