Diario de León

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Por refrescarnos cerca del río y no meter fuego en la boca cada vez que respiramos en la ciudad de asfalto líquido, nos fuimos Torío arriba a ver al Oráculo de Pedrún y, más que nada, a echar la tarde a perros charlando un rato con las canillas metidas en el reguerillo que pasa a su lado desde un manantial en ladera haciendo pozacas o charcas que antaño fueron tapete de berros (bien eligió sitio este ladrón de augurios). Carretera alante suponíamos que la fronda de vega y el monte roblón suavizarían el aire ardiente que dejábamos atrás, pero la sensación al abrir la ventanilla fue como zambullirse en una piscina de meaos, idéntica temperatura, treintaitantos grados.

Esto no es una ola de calor como le gusta insistir a la tele, sino el desierto que os manda otra tarjeta de visita, nos dijo el Oráculo viéndonos llegar sofocados por el largo trecho que hay que andar hasta su sitio donde no quiere ver un solo coche. Antes de treinta años, añadió, abril será junio y el infierno pondrá franquicias en agosto cuando el Torío no logre traer gota de agua al bebérsela toda aguas arriba, la poca que rifará el capricho; su lecho seco de sólo morrillo será senda de lagartos, como en tantos riosecos o riosequinos de la atorrada España, y en las parameras que hoy son de regadío los canales serán carriles y sonará el vals del alacrán (en realidad es más poeta que oráculo y por eso nos cae majete). Pero en estas sonó su teléfono. Por las caras que iba poniendo intuíamos drama y hasta los ojos se le vidriaron al colgar voceando una blasfemia tremenda que no debo transcribir aquí. Le llamaban de Villar de Ciervos , pueblo natal de su madre zamorana; allí le queda un jirón de familia y acababan de llevarse a un primo al hospital con graves quemaduras por intentar salvar su majada y rebaño en el pavoroso incendio de la Sierra de la Culebra que ya devoró 20.000 hectáreas. Harán falta dos siglos para volver a ver lo que ahí se esfumó en tres días. Nos dijo entonces querer estar solo y nos fuimos entendiendo su pesar y rabia. De vuelta, nuestro silencio era también una blasfemia muda.

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