Diario de León

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Isabel de Farnesio, reina consorte de España. segunda esposa del primer monarca de la dinastía de los Borbones, Felipe V, madre del que dicen fue el mejor alcalde de Madrid, el rey Carlos III, se sintió indispuesta durante una escala en Ponferrada del viaje que había emprendido a Galicia desde la Corte.

Isabel de Farnesio, que también fue madre de una reina de Portugal y otra de Cerdeña, de un duque de Parma, de un conde de Chinchón y de una delfina de Francia, decidió encomendarse a la Virgen de la Encina, patrona del Bierzo, para que la librara de su malestar —a saber qué era lo que la incomodaba— y como se sintió reconfortada después de las oraciones y pudo continuar su viaje sin mayores contratiempos quiso regalar, de acuerdo con su esposo, seis espejos venecianos a la Basílica de la Encina en señal de agradecimiento; seis joyas de orfebrería fabricadas con vidrio soplado en la isla de Murano que salieron de alguno de los palacios reales para recalar en el Camarín de la iglesia de Ponferrada.

El reflejo de la Virgen y de las ‘camareras’ que la visten habitó en los reflejos de esos espejos venecianos durante tres siglos. Cada vez que le colocaban un manto a la Morenica para sacarla en procesión, los espejos atrapaban sus imágenes; reflejos de una devoción que todavía hoy, 8 de septiembre, tiene su cita anual en el día grande de las fiestas patronales de Ponferrada, solapado con la jornada institucional del Día del Bierzo.

Los espejos cogieron polvo, colgados bajo la cúpula dorada y azul del Camarín, hasta que en 1997, durante las obras de restauración de la bóveda, el arquitecto ordenó descolgarlos y embalarlos en cajas a la espera de su restauración. Y han tenido que pasar 25 años, comprobar que la rehabilitación de cada pieza tiene un coste elevado y optar por una limpieza que les quite el polvo acumulado para que los seis espejos azogados, fabricados en cristal de Murano, vuelvan a su lugar en la Basílica de la Encina.

El Camarín de la Encina fue siempre un espacio íntimo. La habitación donde vestían a la Virgen, y ni siquiera el párroco tenía acceso. Hoy es un lugar de visita turística y de pequeños actos litúrgicos. Y los reflejos que atrapan esos espejos venecianos donados por Isabel de Farnesio demuestran, si acaso, otro tipo de asombro.

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