Diario de León

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Me decía esta semana el maestro de presos José María Alfonso, Medalla de Bronce al Mérito Social Penitenciario por su labor en la cárcel de Tenerife y antiguo pastor en Otero de Naraguantes, donde nació, que enseñar a gente que está entre rejas durante treinta años no le ha supuesto ningún esfuerzo. Y eso que el primer día que pisó un módulo en Herrera de la Mancha sintió no tanto miedo como inquietud, hasta que descubrió que las personas encerradas son igual de buenas y de malas que las que pisan la calle. «Lo duro —me contaba— era estar a los ocho o nueve años con una v ecera de ovejas y con crías que nacían ese día, debajo del brazo».

La vecera —es una palabra popular— le daba nombre a los turnos con los que los vecinos de los pueblos se organizaban en otro tiempo para cuidar el ganado de toda la comunidad.

José María, lo hemos contado en las páginas de información de este periódico, se decidió a estudiar Magisterio porque su madre le encaminó. Y lo hizo en Ponferrada, en un colegio religioso. Su familia no tenía dinero para enviarle a León.

Su primer trabajo como maestro lo tuvo como ‘suplente’ en la escuela de Espina de Tremor, después de que llegara a un acuerdo con la profesora titular, allá por el año 1983, para hacerse cargo de la media docena de escolares de una localidad que todavía vivía del carbón en los montes de Igüeña.

Después trabajó en un taller de coches. Imagínense al antiguo pastor de ovejas hurgando en los motores, como mecánico. Hasta que a finales de los años ochenta, animado por un amigo, se presentó a las oposiciones de Instituciones Penitenciarias y sacó una plaza como profesor.

En la prisión de Tenerife, me costa, le quieren mucho. Porque es un hombre humilde y un hombre bueno. Allí ejerce ahora de jefe estudios. Anima a los presos a apuntarse al club de lectura de una biblioteca con 22.000 libros. Y se sienta con ellos para emitir un programa de radio en directo y en diferido. Todo desde el salón de actos de la prisión.

«Soy un pastor de Otero de Naraguantes», todavía se define a sí mismo José María «Escríbelo bien grande», me pide.

Y por eso lo escribo de nuevo. Porque de niño llevaba crías de ovejas bajo el brazo. Y ahora toca que le aupemos a él.

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