Diario de León

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El tío Perruca llevaba una escopeta cargada con pólvora y el doble de cascotes de hierro de los que solía usar para dispararle a los lobos el día en que se topó con una osa y su cría en el Teso de los Molines . Y la osa, que lo vio, dejó de comer arándanos y en seguida se lanzó a por él, para defender al osezno.

El tío Perruca —se llamaba en realidad José Pardo Crespo y también tenía el apodo de Josepín— era un hombre templado, acostumbrado a las pausas de la montaña. Así que se lo tomó con calma, encendió la yesca, le dio fuego a la mecha y esperó a que la bestia se le acercara para no fallar.

Y no falló.

—¡ Ya caoyóuuuu..... Pepín!, le gritó al rapaz que le acompañaba.

Perruca era un hombre experimentado y debía saber que los osos mueren solos. Que no son como los corzos, que hay que correr detrás de ellos cuando reciben el primer disparo. Pero se dejó llevar por el entusiasmo y se acercó a la osa moribunda. A la fiera le quedaba un aliento. Pero fue suficiente para que se levantara del suelo y le desollara la cara al tío Perruca de un zarpazo.

Y narra Benigno Suárez Ramos en la novela que da cuenta de aquel legendario encontronazo, que Josepín se abrazó a la osa y forcejeó con ella. Y cuando Pepín llegó con el cuchillo para rematar al animal le soltó otra frase que ya forma parte de la pequeña historia de la literatura costumbrista leonesa (y en leonés).

¡Nu la pinches, on! qui estrupeyas il pilleju!

Hay que ver...

Benigno Suárez —que había nacido en Igüeña, conocía el valle de Buvín por donde se movía José Pardo Crespo y fue misionero en América Latina y en África— publicó El tío Perruca cuando trabajaba en el Hospital Psiquiátrico de Mondragón en 1976. La novela no tuvo mucho recorrido, pero su eco volvió a sonar, gracias entre otros a Emilio Gancedo en este periódico , cuando Alejandro González Iñárritu rodó en El renacido, y con Leonardo Di Caprio como protagonista, la historia del trampero Hugh Glass , que en 1823 sobrevivó al ataque de un oso. El Ayuntamiento de Igüeña y la Diputación reeditan por fin la novela. Y todo el misterio del filandón, de los relatos al calor del fuego, nos acerca de nuevo al Teso de los Molines, donde aún crecen los arándanos.

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