Diario de León

Antonio Manilla

Los avisos de Ordoño

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Por ciertos lugares parece no pasar el tiempo, porque en ellos aparenta no haber mudanza: esa vieja casa del pueblo al que volvemos de cuando en cuando a equilibrar nuestra añoranza de infancia, esa playa por la que milagrosamente siempre paseamos con pies niños, ese río de montaña que verano tras verano nos ofrece el diamante del salto de una trucha rompiendo la piel del agua… o la avenida de Ordoño II, que, por muchas obras que le practiquen y por mucho maquillaje que le echen encima, sigue mostrándonos su tenaz resistencia a quedar como es debido. Esa oposición al cambio, esa propensión a mantener lo más suyo de ella a toda costa, a mí me parece algo admirable para una calle.

Porque una avenida, en propiedad, carece de entendimiento y voluntad para tomar sus propias decisiones. Y, sin embargo, ahí la tenemos persistiendo misteriosamente en su negativa a convertirse en lo que quieren los distintos alcaldes que durante este siglo se han empeñado en acomodarla a su propio gusto. Esa fidelidad, aunque sea a un defecto como no amoldarse a las últimas tendencias urbanísticas que quieren imponerle, ha tenido distintas manifestaciones que muy bien cabría catalogar de ocultistas: cuando no son unas goteras en el garaje que corre por sus entrañas, es una pintura a prueba de bombas que se despinta y cuando no la mansa y sospechosa aceptación de esas piedras que llaman monolitos que le van poniendo y le quedan como a un párroco dos pistolas. No se descarta del todo que la calle tuviera algo que ver en el incendio que hace una década sufrió la sede del ayuntamiento. No se ha sabido interpretar ese signo, ese mensaje que a las claras pedía a las autoridades que la dejaran de una vez en paz, como tampoco la fuga de gasoil en esos mismos bajos de hace nada. Nadie podrá decir, si ocurre finalmente una desgracia personal, que la calle no haya avisado.

Los que gustamos de los placeres de la hemeroteca, sabemos que en las fotos antiguas en que Ordoño II aparece como un camino de tierra ya apuntaba espíritu guerrero e indomable. Un carácter del que carece, por ejemplo, esa Plaza de San Marcelo que no ha mostrado ningún pesar ni se ha quejado de esa arquitectura efímera avalada por un ex arquitecto municipal para un bar y que la Junta ha ordenado retirar y ahí sigue, tan pancha.

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