Diario de León

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Dos años largos sin tu puntual corresponsalía del politburó de la ribera baja del Torío que me tenía informado de lunas, montes, sebes y vidrios, dos años ya, se me hacen silencio de piedra y mucha ausencia, mucha, querido Luis, muda aquella tu voz que me llevaba tan a menudo a San Feliz, al tren hullero, a la cuna o a la última fechoría que te llamaba a sublevación quieta, pues nunca fuiste de agriar el esperabán ni levantar la voz ante la idiotez o la injusticia, lo que no te impedía ser perseverante en la indignación ante el imperio de lo feo, del mediocre imperial y del gris monocolor de nuestros emperadores, tú, que tenías la mirada de cristales multicolores como si lavaras la realidad viéndola a través de un caleidoscopio.

Deducirás que te pongo estas letras por la inmensa alegría que nos produjo saber que esta ciudad, a veces tan madrastrona, le pondrá mañana rótulos con tu nombre a una calle en ese Campus que te recuerda como uno de sus doctores honoris causa, título inexcusable en su día siendo tú mucho antes doctor en miradas de pincel que soñaba realidades y en la vidriería con que le ponías puertas al cielo. Darle el nombre a una calle está bien porque así no mueres, lo que tampoco necesitabas porque tu nombre, Luis García Zurdo, lo repetirán durante siglos las tantísimas vidrieras que has sembrado en media España o aquí con profusión, especialmente las de la Catedral que llevan tu sello restaurador y el de Angelines, que con Beatriz y Graciela miden cada día tu ausencia en los vacíos de vuestra casona, cultivando tu memoria, tu largo legado y tu fundación. También estoy seguro de que habrás reburdiado en tu paz eterna por gustarte bien poco estas honras y candelabros, pero resígnate, Luisín, y jódete, pocos como tú lo merecen tanto. Y porque nombrándote al pie de una calle, cuadro o vitral no mueres.

(P/D Que sepas que ahora Susana se arrepiente de no haberte dejado hacerle el retrato que tantas veces le requerías por verla no sé qué perfil de virgen florentina o mora peleona; y yo le flagelo con un ¡llóralo, mangas verdes!)

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