Diario de León

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En la playa de Daytona, Florida, donde se batían los primeros récords de velocidad, el Silver Bullet caracolea sobre la arena en un intento de mantener la línea recta, hasta que sus dos motores de avión demuestran que no son de fiar.

El coche fabricado por la marca británica Sunbeam para recuperar el récord perdidoa finales de los años veinte lo conduce el piloto Kay Don y lo impulsan dos motores aeronáuticos sobrealimentados con dos mil caballos de vapor cada uno.

Su aspecto alargado se asemeja, es cierto, a una bala plateada encajada sobre cuatro ruedas enormes y con un alerón trasero. Parece un avión sin alas. Un torpedo con ruedas. Un cohete.

Así que no resulta extraño que el brillante Sunbeam Silver Bullet , orgullo de la ingeniería británica, fascine a los curiosos y enamore a los niños, sobre todo, con su forma de coche de carreras infinito, con la punta afilada y ese alerón trasero que recuerda a la cola de un aeroplano.

Perfecto para jugar.

Pero lo que ocurre la arena de Daytona el 8 de marzo de 1930 no es ningún juego. El coche resulta difícil de controlar y los motores fallan. La Bala de Plata ni siquiera sobrepasa los trescientos kilómetros por hora y así es imposible batir ni a la Flecha de Oro (el Golden Arrow ) ni al Pájaro Azul (el Blue Bird ), los dos grandes rivales que le habían quitado el récord del mundo de velocidad a la fábrica Sunbeam. El Silver Bullet , hay que reconocerlo, es un hermoso fracaso.

Pero también es una oportunidad. La empresa de juguetes Rico de Alicante tiene hojalata suficiente como para fabricar una versión diminuta en su cadena de montaje. Así nace un juguete legendario que llama la atención en los escaparates. Un juguete que llega a las mejores tiendas. Caro, como todos los juguetes de la época. Al alcance de unos pocos privilegiados.

La bala no es tan alargada, el morro tampoco parece igual de afilado, pero el auto resulta muy atractivo y con el tiempo se convierte en un objeto de colección. En un trueque por otros modelos repetidos, llega uno de esos pequeños Silver Bullet al ‘garaje’ de Manuel Fernández Villatoro, el hijo de un cartero de Torre del Bierzo que vendía juguetes antes de la era del plástico. Y la Bala de Hojalata ( Tin Bullet) vuelve a rodar sobre una playa imaginada. Ni falta que le hace batir ningún récord.

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