Diario de León

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El único pabellón del poblado del wólfram que conserva el tejado de pizarra es en el que vivió Jovino García, el vigilante de las cuarenta viviendas construidas por la Compañía Minera Montañas del Sur en los años cincuenta para alojar a los trabajadores de la mina abierta en la Peña del Seo. El resto de edificos están destechados, desvalijados los marcos de puertas y ventanas, las cocinas, los azulejos, las rejas...

El poblado solo estuvo habitado cinco años porque extraer el wólfram de la montaña dejó de ser rentable. De allí se fueron los mineros a finales de la década. Y se fueron los guardias civiles que habitaban un cuartelillo a las puertas del poblad. En los pabellones de La Piela solo quedó Jovino, con su mujer y sus hijos.

Pero Jovino García también terminó por mudarse a Cadafresnas, donde murió hace unos años, y las soledades de la montaña devoraron la barriada. Ya era una ruina cuando Raúl Guerra Garrido subió a la Peña del Seo para entrevistar al vigilante y escribir El año del wólfram, finalista del Premio Planeta en 1984; un lugar desolado cuando en 2012 también subí yo y me lo enseñó el propio Jovino.

La montaña del wólfram encierra más de una leyenda, como la de los tres cofres escondidos en la Peña del Seo de los que hablaba Guerra Garrido; uno lleno de oro, otro de azufre y otro vacío. El primero, dice la leyenda, hará rico al que lo abra. El segundo lo enviará al infierno. Y el tercero atrapará al curioso en un eterno purgatorio.

Durante años ese cofre vacío ha sido el poblado de La Piela, condenado a desaparecer. Así que las obras que ha emprendido el Ayuntamiento de Corullón para abrir un centro de visitantes que cuente la historia de la mina del wólfram me parecen poco menos que un milagro. El recuerdo, y casi me atrevo a escribir que el alma de todos los que vivieron en los pabellones de dos plantas —y muchos de ellos murieron jóvenes, enfermos del pulmón— ha salido por fin de un purgatorio de sesenta años.

Y cuando descubro que un mochuelo vigila desde el dintel del edificio donde estuvo la vivienda de Jovino, un pájaro viejo y silencioso que no se inmuta cuando me ve, se me dispara la imaginación y me detengo un segundo en las escaleras para contemplarlo. Como si ya lo conociera.

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