Diario de León

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Es por todos conocido que hay muchas formas de decir las cosas y opciones para todos los gustos. Sin embargo, eso no quita que se tenga que elegir la peor, aunque sea muy recurrida, fácil y hasta liberadora en según qué ocasión.

Hablar bien es sencillo, saludable y cuesta poco; además de que genera en el otro una sensación hasta placentera. Más aún en los tiempos que corren, en los que parece que la gente anda algo asqueada de la vida en general. Así que en demasiadas ocasiones se recurre a lo grosero, antipático y feo: hablar mal. Qué ascazo.

Es algo que me sorprende sobremanera y me repatea todavía más. Qué manía insana la de escupir las palabras. Y eso que hablar bien es gratis; no imagino cómo se hablaría por ahí si hubiese que pagar por decir las cosas como hay que decirlas. Que al final es lo mismo, pero bien diferente. Curioso.

Quienes están acostumbrados a reflejar su amargura con lo que sale por su boca andan por todas partes. Te los puede encontrar en la cola del supermercado, al volante en el coche que se te pone a la altura en un semáforo, en el dentista, en el ascensor... no tienen un terreno acotado, sino que andan sueltos como caballos desbocados. Y, a veces, se camuflan con caras amables para luego dejarte helado con cualquier frase al uso.

A esta gente le da igual las circunstancias porque lo que les pasa no tiene que ver con lo que ocurre ahí fuera, sino que lo llevan dentro. Forma parte de su ADN. Si te cruzas con alguno de estos malhablados (que nada tiene que ver con decir tacos) no creas que tienes la culpa de su asqueamiento y mala educación. Es todo suyo y con él se lo lleve. Conviene, además, ponerles las cosas claras de vez en cuando porque los hay cobardes que sólo se atreven con quien se deja. No hablemos cuando tienen delante a alguien menor de diez años, por ejemplo. Se creen superiores al resto de los mortales y con más razón. Con derecho a decir lo primero que se les pasa por la cabeza. Suelen tener incontinencia verbal y no miden el qué ni a quién.

Así que, dicho esto, no estaría demás ser más conscientes de las cosas que decimos y, sobre todo, de cómo las decimos. Que, generalmente, la culpa no es del otro. Aunque sea para mandar a alguien a que le den por donde amargan los pepinos, siempre conviene decirlo bien. Por educación.

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