Diario de León

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Uno de los barones de más peso del PSOE, tras sufrir la rotunda debacle y verse desalojado del poder, telefoneó al presidente del Gobierno la misma noche del 28-M. Aquella llamada a Pedro Sánchez no tuvo respuesta esa noche, ni a la mañana siguiente, ni a lo largo de todo el lunes. Lo más que se produjo, por su parte, fue un guiño en su declaración institucional a «magníficos presidentes autonómicos y alcaldes», desplazados con «una gestión impecable». Poca cosa para unos barones vapuleados en las urnas y que ven cómo van a tener que dejar el cargo que han ostentado, en buena medida, por él.

Sánchez, sin embargo, ha decidido evitar cualquier autocrítica respecto al divorcio con la ciudadanía. Él tiene muchos motivos para preguntarse por qué resulta tan antipático a tantos españoles. El equipo presidencial se niega a abrir los ojos a la realidad y sigue íntimamente convencido de la condición de activo de Sánchez. El horizonte con el que trabaja La Moncloa es el de agarrarse a que el partido está ahora mismo en tensión y en «modo furia» para enfrentar el adelanto electoral a lomos de una campaña de confrontación abierta con la derecha. El afán es provocar una reacción defensiva de la izquierda. A diferencia de los estrategas del presidente, la narrativa de temor a la suma de PP y Vox está lejos de ser visto como un agente movilizador. «El miedo a las derechas no carbura», insisten dirigentes territoriales.

Sólo funcionó de manera clara en las generales de abril de 2019 y después no ha logrado dar réditos al PSOE. En ninguna de las siguientes convocatorias. A Sánchez le da igual y sigue dispuesto a hacer el daño que sea necesario a sus siglas a las que ha robado la posibilidad de debates internos en las federaciones tras las caídas de sus respectivos jefes de filas. Tampoco tiene en cuenta que las estructuras territoriales están tocadas ante la colosal derrota de las municipales y autonómicas. El golpe ha sido durísimo. Estamentos socialistas lanzan abiertamente mensajes tan crudos y directos como que Sánchez «no es un pato cojo sino uno que horripila».

Todo el PSOE depende de una única persona: Sánchez. De nadie más. Va a lo suyo. Su interés es lo que cuenta. Ha decidido hipotecar sus siglas. «Ha llamado al combate y el partido va a reaccionar», repite su equipo. Empieza una carrera de apenas 54 días. 8 semanas en las que el presidente se juega su futuro. A todo o nada. Y la máquina socialista de «picar carne» no va a parar ni un momento.

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