Diario de León

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Torres más altas no han caído en el Bierzo como las dos columnas de refrigeración y la chimenea del grupo tres de la térmica de Compostilla II que hoy se desvanecerán en el aire, a la orilla del embalse de Bárcena y después de la voladura controlada prevista para el mediodía.

Torres más altas no se habían venido abajo antes en el Bierzo, aunque las de la térmica de Anllares en el Alto Sil le anden a la zaga, como las que este jueves desaparecerán del horizonte de la comarca.

Depende de la hora a la que lea usted este texto, las torres todavía estarán en pie, sentenciadas por el explosivo, o serán una brizna de nada, un poco de polvo en suspensión, un agujero en la memoria del carbón.

La central de Compostilla II dio continuidad con cinco grupos térmicos en Cubillos del Sil a la primera instalación que Endesa estrenó en 1949 en el barrio del extrarradio de Ponferrada y que sirvió para nombrar al complejo energético. El primer grupo comenzó a funcionar en 1961 y durante seis décadas, la térmica, convertida en motor económico del Bierzo y símbolo del siglo del carbón, funcionó durante más de un millón de horas conectada a la Red Eléctrica.

La térmica dejó de estar disponible para generar electricidad el 30 de junio de 2020, aunque el último día que había aportado energía a la red había sido el 6 de diciembre de 2018. Otro día simbólico, el Día de la Constitución.

El carbón es historia. No son los días del cambio climático, del calentamiento global, por no llamarlo ebullición, los adecuados para defender el uso de combustibles fósiles en la generación eléctrica.

Y la térmica, sus torres de refrigeración, sus chimeneas, que en invierno se recortan, se recortaban, en un mar de niebla, también podrían ser historia si no se hubiera frustrado el indulto; ese último intento por salvarlas de la demolición con su declaración como Bien de Interés Cultural.

Podrían haber sido historia y no solo memoria y nostalgia. Haber quedado en pie, como la seña de identidad que siempre ha sido. Dicen que faltaba dinero para mantenerlas; nada menos que veinte millones de euros al año. Más bien creo que lo que ha faltado es imaginación, voluntad de conservarlas. Y un poco de xeito.

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