Diario de León

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Me declaro abiertamente anonadada por todo lo que mueve el fútbol. Y no hablo sólo de las cifras astronómicas, que también. sino de lo que suscita a nivel emocional este deporte. 

Sinceramente, no tengo ni idea de fútbol ni tampoco me interesa especialmente. No veo partidos ni sigo los últimos fichajes ni me dicen nada los ídolos del balón, sino que más bien me dan cierto repelús por lo excesivamente compuestos de cara a la galería que me resultan algunos. También se me escapan los motivos por los que encandila a los pequeños y convierte en monotema los patios de los colegios. Como si no hubiera otra cosa que hacer o como si le tuviese que gustar a todo el mundo. Y créanme que sé de lo que hablo porque yo también compro cromos y recojo álbumes de muchos rincones de mi casa. Y, aún así, se me escapan. Pero para gustos, colores.

Pero lo que más me sorprende y tampoco entiendo es la emoción futbolera. Sé que lo que cuento no es nada nuevo y la mayoría saben que en los campos de fútbol se cocinan también emociones. Muchas. Hay padres a los que le va la vida en ello y acuden a los partidos para ver ganar a sus pequeños como si les fuera la vida en ello, olvidándose de que esto es un deporte. Es competición, sí, pero es también un juego, una forma de transmitirles la importancia de hacer ejercicio, de convivir con los compañeros y de pasar un buen rato. El resto estaría bien dejarlo en casa para no presionar a nuestros hijos con cosas que tienen que ver sólo con nuestras frustraciones y poco o nada con nuestros vástagos. 

Si es usted un Cristiano Ronaldo frustrado debe hacérselo mirar antes de ir a dar el cante al campo y sonrojar (que pasa, se lo prometo) a su hijo o hija con actitudes que dejan mucho que desear y que no enseñan nada bueno a quien sí quiere pasar un buen rato jugando al fútbol. Y, sí, este deporte es «ganar, ganar, ganar y volver a ganar» que decía Luis Aragonés, pero también es mucho más.

Tenemos la opción de transmitir valores con él. Así que no dejemos pasar la oportunidad de hacerlo y apartemos nuestras emociones mal gestionadas para ser un ejemplo de los pequeños futbolistas. Y si usted quiere ser un astro del balón preocúpese de serlo, apúntese a un equipo, entrene, haga virguerías con el balón y deje a sus hijos en paz.

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