Diario de León

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Harto de nuestras peroratas sobre el leonés o lleonés o lleunés o lleounés o lliounés o llïonés o asturllionés —así llama cada docto y sin acuerdo a la vieja lengua leonesa que rompió en varias hablas y hoy gustarían hacela e imponela oficial y dictada—, bajó Sócrates de su nube y pidió vela en el entierro, o sea, en el desentierro, dijo, pues los hablares antepasados de esta tierra —tan tallados por lo rural con sus particularidades, palabrarios y diferencias— pueden darse por sepultados en olvidos o desuso total, así que procede hoy su desentierro de las cunetas de la memoria lingüística, tarea ímproba, obligada y plausible, que ha de abordarse inventariando y desenterrando con espátula y brocha, pues lo mínimo que pide una lengua mal enterrada es un buen enterramiento dejando a ser posible un recuerdo amable e imperecedero. La voluntad de revivificarla es legítima. Pero improbable. Y costosísima en planes, normalización lingüística y recursos humanos. Sólo sobrevivirá en la herencia que aún resuena aquí con palabras propias, expresiones, latiguillos muy nuestros o fonéticas. Sálvense, úsense. Pero el carísimo empeño de implantarla y que la use el pueblo no es realista y llegaría al absurdo o al ridículo; sólo hay que imaginar un pleno municipal o clase de filosofía debatiéndose en lleunés. Pero los cargos públicos leonesistas deberían empezar a hacerlo por coherencia; y ya; riamos todos. Esto dijo de entrada el profesor y el corrillo aguardó atónito a ver pur onde derrotaría el amigo sentencioso. El nuevo lleunés, añadió, no nace del pueblo en su hablar, sino de la arqueología lingüística que hagan los entendidos; y hacen bien; correcto. Pero querer enseñarle al pueblo «su» lengua totalmente desconocida... Una lengua que no se mama de la madre nunca será natural o sentida. Otra cosa es la terquedad del político o pluma necesitada de atizar orgullo, rebelión o afirmación identitaria... (y aquí Sócrates me mandó parar notas y que dispusiera de otro espacio como este para poder concluir su parecer y que no le malinterpreten... ¡válgame Dios!).

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