Diario de León

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C ada vez que entro en un supermercado o en una tienda de alimentación, caigo de rodillas ante el milagro. Veo tomates, patatas, zanahorias. Veo peras, naranjas, manzanas. Veo el paraíso. Pero es que nadie se da cuenta de eso.

Mirad un tomate con atención, es un prodigio. Unas judías verdes, son maravillosas. Unas acelgas de plantero. Me paso la vida en las tiendas de alimentación. Una sola naranja es el mayor prodigio cultural del universo. ¿No la sabéis ver? ¿De dónde vino? ¿Quién cultivó este milagro que ahora resplandece en una tienda ante mis ojos? Somos un país que hace naranjas. ¿No es eso maravilloso? Dame una zanahoria y una naranja y soy feliz. Todo resplandece en una frutería. Todo es luz. ¿Quién fabrica todo esto? Ya no sabemos ver nada, ya estamos todos ciegos. Es una ceguera universal ante la belleza.

Nací en un pueblo que cultiva los mejores tomates y espárragos del mundo. Los espárragos blancos, finos y dulces, carnosos pero lo justo, de Barbastro son legendarios. Todos venimos de allí, de la fruta, la verdura y la carne. La fruta y la verdura del campo español son uno de los mayores triunfos de la mano del hombre sobre la tierra. He viajado mucho. He visto países que no saben qué es un tomate de verdad. He comido en países cultos y ricos judías verdes más duras que el pie de cristo.

Me he reído viendo a los europeos del norte comer esas verduras infumables que cultivan ellos. Somos hijos de una cultura alimentaria que va más allá de nosotros, que hunde sus raíces en la oscuridad del tiempo. Me maravillan los cardos, las aceitunas, las cerezas, las calabazas, el perejil, los higos, los limones. Veo a agricultores españoles tirar limones al suelo, porque su cultivo es ruinoso. Los limones son la cosa más hermosa de este país llamado España, somos de la tierra en la que florece el limonero. Es muy sencillo lo que voy a comer hoy. Hiervo judías verdes españolas, tiernas, y caras sí, muy caras, a diez euros el kilo, con patatas gallegas. Luego echo un chorro de aceite español, puro de oliva, sobre las judías y las patatas y el resultado es la vida misma. No son solo tractores. No son solo reivindicaciones. Es una cultura. Es saber diferenciar unas cerezas del Jerte de otras insípidas y muertas. Es saber cortar un tomate rosa de Barbastro con delicadeza y proporción. Es comer peras de San Juan, cuando llega San Juan. Es saber que el melón y la sandía son fruta del verano. Es conocimiento, dignidad, y es el milagro de que la tierra te alimente con su corazón enamorado.

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