Diario de León

CUERPO A TIERRA. ANTONIO MANILLA

Ética y estética

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C omo se ha puesto de moda considerar maleducado hablar del aspecto de las personas, aunque sean personajes, es decir, miembros de la cosa pública «política» —que con la del llamado corazón no hay tantas melindres—, procuraremos no dar nombres. Pero la apariencia siempre ha sido un valor a la hora de prejuzgar cualquier cosa, desde una relación a un cambio de acera. No entiende uno que últimamente andemos tan enredados con la bosta norteamericana y calvinista de lo políticamente correcto: aquí sólo se hablaba así a las tías beatas y solteronas. Si uno es nuevo y calvo, que lo distingan como «el de menos pelo» del grupo, en la España actual resulta un gesto cortés, aunque en la barroca le habrían tildado como «el del flequillo veloz». Vaya por delante que no prejuiciamos sujetos, sino ideologías.

Los representantes del marxismo paleolítico o paleomarxismo han mejorado mucho la apariencia de los especímenes con que concurren a las elecciones: parecen señores y señoras de la calle Orense a los que solo les delatan pequeños detalles como las proletarias sentadillas o las lunas de miel en las antípodas. Cuando logran domar ciertos resabios de autoritarismo, la verdad es que dan el pego, quizá no en un consejo de administración, pero sí en una comisión europea sobre la biblia 2030. Si un neandertal en traje pasaría desapercibido en el metro de Nueva York, a nadie puede extrañarle que haya sido ministre alguno de estos ejemplares. De los representantes de la derecha neolítica, musculados como el servicio, con ese aspecto ellos de cazadores-recolectores al borde de la extinción, y ellas de figuras recién sacadas del museo de cera y puestas al sol de agosto, cabría decir cosas muy parecidas, solo con modificar los contenidos curriculares: cambio climático, tauromaquia, materias de esas.

El socialismo actual uno lo aprecia como medieval, porque viene de Zapatero, que se crio en el gótico, el juramento al señor feudal y la cultura de la cancelación (para mí que a Savater lo cancelaron de El País, ¿o eso no es cancelación?). La cosa popular, tan cuatrocentista, ahí está: al borde del renacimiento de forma permanente, la refundación, el resurgimiento. Buceando entre el franquismo residual y el liberalismo económico, sin decidirse de una vez por todas por una línea u otra. Un partido de nuestro tiempo, con sujetos algo más modernos, ética y estéticamente, no se atisba en el horizonte.

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