Diario de León

Panorama Lorenzo Silva

El goce de pensar

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N o todos pueden decir que han tenido la suerte de que la vida les depare un buen pro-fesor de filosofía. Ni siquiera todos los que han cursado alguna vez esa asignatura, pero menos aún los muchos que por culpa de la paulatina marginación del saber filosófico han visto reducido su trato con él a un roce somero o nulo.

Quien esto escribe puede sentirse afortunado. No tuve uno, sino tres buenos profesores de Filosofía: Elisa Chozas, que me familiarizó con la disciplina en el bachillerato y el COU, y Juan Ramón de Páramo y Jesús Lima Torrado, que fueron mis docentes de Filosofía del Derecho.

Gracias a Elisa, además, tuve el privilegio de asistir como oyente a las clases de Filosofía de la Ciencia de su maestro, Roberto Saumells, un verdadero sabio. Con todos ellos pude no sólo acceder al conocimiento, sino al placer inmenso y consolador que proporciona la filosofía.

Esa experiencia me ha permitido disfrutar todavía más de la lectura de ‘Maestros de la felicidad’, ameno y a la vez instructivo viaje por la historia del pensamiento occidental de la mano de Rafael Narbona.

En su recorrido desde la Grecia presocrática hasta nuestros días, el autor ofrece un relato en el que sintetiza las principales aportaciones de cada uno de los filósofos, a los que pone en contexto de su tiempo y de los que también nos da jugosas pinceladas biográficas.

Recuerda en esto a la Historia de la Filosofía de Will Durant, pero abarcando mucho más que el estadounidense, que se limita a los pensadores más señeros.

Pese a esa exhaustividad, el libro nunca se hace aburrido ni fatigoso, porque tiene Rafael Narbona el acierto de jalonarlo con su propia experiencia vital, a efectos de ilustrar al lector sobre cómo la filosofía en general, y las aportaciones concretas de cada uno de los filósofos de los que nos da cuenta, le ayudaron a construirse un espacio más luminoso y acogedor en su propia existencia, que, como todas, no está exenta de adversidades.

En este libro su autor se acredita como el excelente profesor de filosofía que fue du-rante años, capaz no sólo de instruir sino sobre todo de motivar a sus alumnos adoles-centes y provocar su curiosidad intelectual. Pero, además, demuestra que enseñar bien no está reñido con la bella escritura: la claridad de sus ideas ayuda a comprender las oscuridades del ser y su lectura de los maestros, siempre humana y reparadora, enseña a vivir mejor.

A quien nunca tuvo un buen profesor de filosofía, este libro le da la ocasión de subsanarlo y de descubrir el goce de pensar, al que tan poco nos invitan los tiempos aturdidos que nos toca vivir.

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