Diario de León
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CORNADA DE LOBO GARCÍA TRAPIELLO

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Las primeras veces que recorrí la senda tallada en los farallones verticales de la Garganta del Cares iba pegando el culo a la pared evitando acercarme a la orilla que da al vacío y al despeñarse. Paladear ahí el vértigo puro es una narcótica tentación, pero también un pánico al traspiés en un suelo rocoso que invita al tropezón, de modo que siempre había alguno dándose la vuelta «con su blanca palidez» y pegadito a la peña como yo. No existían, claro, las vallas balconeras que ahora protegen algunos tramos peligrosos proporcionando un caminar seguro que no lo es tanto en los puntos donde no las tiene y en los que hoy, además, puede toparse uno con alguna reguerada de senderistas que van o vienen alegremente atragantando el paso o el cruce... ¡y a ver quién cede la pared en ese trance eludiendo la orilla del vacío!, por no señalar a los que también llevan su perro, animal que obliga al temeroso a marcar distancia, si es que además no le gruñe o ladra metiéndole en el cuerpo el susto o el paso en falso.

Estas consideraciones llevaron al Defensor del Pueblo hace unos meses a recomendar cupos de visitantes y restringir además el paso a niños y mascotas para atenuar los riesgos fatales (lista de muertos ya hay), peligros que se rifan en esta belleza natural, aunque habría que decir artificial, pues construir esa senda/canal desde la presa de Caín a la central de Poncebos que se hizo necesaría sería hoy un atentado bestial al que todos se opondrían sin que hubiera el mínimo resquicio legal que lo autorizara (45 obreros murieron despeñados en sus obras entre 1916 y 1921; y cuando en los años 40 se acondicionó la senda «sólo» murieron dos).

La Junta objeta el informe del Defensor, aunque promete atender algunos aspectos, al perjudicar severamente al turismo y la economía del ya dañado valle Valdeón. Estudiando el problema están, dicen, aunque si la solución pasa por asegurar la senda colocando vallas en todo lo mayor, ¡la cagamos, tía María!, dice Roberto C., montañero de viejo cuño cuya adrenalina sólo rula a base de puro vértigo.

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