Diario de León

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El golpe que la política de ajustes presupuestarios, con la reforma del artículo 135 de la Constitución española a cuenta de la crisis que pagamos a los bancos, dio a la sanidad pública lo estamos recibiendo ahora. En los pueblos ls consultas rotan de punta a punta de las zonas básicas de salud. En las ciudades conseguir una cita con tu médica de familia es una yinkana. Las listas de espera para operarse son una broma frente a las largas demoras para que te vea el/la especialista y, ya no digamos, para las pruebas diagnósticas.

La sanidad privada hace el agosto y engorda el cupo de profesionales formados, clínica y científicamente, en los hospitales públicos que abren consultas privadas tal o cual patología. La duplicidad de lo público-privado, a la que todavía hay quien no ha sucumbido, puede ser una simple anécdota, incluso una forma de ver compensado el esfuerzo que tantas veces se niega en la sanidad pública a algunos profesionales. Y cada vez más, con el furibundo partidismo de la gestión de las comunidades autónomas en la sanidad pública.

Para muestra, la última ocurrencia del presidente de la Junta de Castilla y León, que, sin ningún criterio científico que lo avale y en contra del consejo de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), divide en dos el programa de injertos del corazón, entre Valladolid, donde se hace desde 22 años, y Salamanca. Dice Francisco Igea, su azote en sanidad que bien le conoce, que es «para satisfacer su vanidad provinciana». Yo diría que es para sacar jugo político donde a lo mejor le empiezan a pasar factura. Como si hubiera recibido un trasplante de regionalismo para coser su corazón partío entre Pucela y Salamanca, esa provincia que debe su universidad internacional a un rey leonés y es leonesa renegada.

Hay miles de procedimientos que serían más operativos descentralizadas, como el Banco de Leche Materna que se nutre de donaciones para bebés prematuros; el centro de Hemoterapia y Hemodonación; la reproducción asistida; el derecho al aborto, que no se cumple en ningún centro público; o la dotación con más medios a los programas de prevención del cáncer colorrectal, pero Mañueco no tiene la ocurrencia de acercar estos servicios a las provincias ni a la ciudadanía. Ni tampoco de ofrecer mejores condiciones a sanitarios rurales o fichar a más pediatras para que una de las zonas con más bebés de León no esté desasistido. Todo e les va n hacer mamotretos, mientras el San Antonio Abad se cae a trozos. La sanidad pública, en manos sin escrúpulos, se ha convertido en el bocado de los corruptos, de los koldos y parejas presidenciales, al mismo tiempo que se desvían fondos del común para ‘fortalecer’ la colaboración público-privada que se concentra en grupos Quirón y otros. Y poco a poco, la sanidad pública se aleja de la gente. Solo la vocación y entereza de muchos profesionales salvan, a duras penas, el buque insignia de una sanidad universal, pero muy desigual.

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