Diario de León

La liebre Álvaro Caballero

Gayasperos

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Lo adelantó Manolo Kabezabolo a mediados de los noventa y ahora se pone de moda de nuevo el éxito punk que alarmaba de que «todas las gallinas quieren abortar». «¿Y usted qué opina del aborto de la gallina?», preguntaba el cantautor punki treinta años antes de que la ley estatal obligara a los paisanos a tener que dar de alta los gallineros de menos de 30 ponedoras y 50 pollos de engorde. Da igual que apenas pasen de un par de pitas. Todos los animales, les ha avisado el veterinario a los paisanos de los pueblos, tienen que estar «dados de alta en la Junta», como los consejeros que se visten de homo decathlonensis cuando suben a hacerse fotos por la montaña, qué guay, o los ministros y cargos del Gobierno que piensan que la España Vaciada es un parque temático para que pasen los fines de semana, pero sin que haga falta que viva gente más allá de la indispensable para abrir las atracciones, dar de comer y atender el decorado con la boina calada. A mandar, para eso estamos, señorito Iván .

La gallina, un animal al que la evolución le premió con la capacidad de poner huevos que cimentasen la dieta humana, sin los que se habrían extinguido porque no habría quien las criase, entretiene ahora las preocupaciones de los burócratas; esos urbanitas que, cuando prueban un producto de verdad, se extrañan de que el tono anaranjado que colorea la clara cuando revienta la yema no cuadre con ese pálido amarillo de la huevina que acostumbran a encontrar en los estantes de los supermercados. La obligación de regularizar los gallineros de autoconsumo, con su palo lleno de mierda y todo, mete un papel más en la carpeta de las obligaciones con las que se embrolla la vida diaria en los pueblos, donde hace años ya les impusieron el deber de aturdir al gocho para darle matarile y ahora no quedan ni capadores que hagan cirugía como Dios manda. La medida, vendida como beneficio de sanidad animal, pese a que no implica control sanitario alguno a mayores, ignora de nuevo la realidad del territorio rural para equipararlo todo a la unidad de medida urbana. Cuando lleguen las verbenas este verano vamos a tener que sacar del repertorio la canción preferida de los gayasperos . Esa que escribió Lizandro Mesa, compositor colombiano al otro extremo de Manolo Kabezabolo, que lamentaba «quién pudiera tener la dicha que tiene el gallo».

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