Diario de León

Al trasluz
 Eduardo Aguirre

Un galán en León

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A veces, en Al trasluz les cuento lo que me ocurre, pero en esta columna en concreto solo saldré de refilón. «Se agradece que lo aclares, pero, dado el título de esta de hoy no era necesario», habrá exclamado sarcástico Bertín Osborne. Vale, touché . Sigo ayudando a desmontar una biblioteca familiar. Llamó mi atención un ejemplar de La novela mundial , narrativa breve que se vendía antaño en quioscos, por 30 céntimos. En su portada, ilustrada por Mezquita, una atractiva mujer madura y a pocos pasos de ella un elegante joven con sombrero y pajarita. Al fondo, la Catedral de León. Su título: El paso de Pajares , de García Mercadal, publicada en 1928. Pese al título de la colección, un cuento; me lo leí en lo que un trabajador de las pirámides empleaba en su café de media mañana. Él viaja en tren con destino a Oviedo y se detiene en nuestra ciudad para conocer la Pulchra. Un autodeclarado galán, de los que jamás sale sin la caña… por si peca. Ya dentro del templo, queda prendado de una desconocida que camina sola; de repente, el gótico deja de interesarle, fascinado por la vanguardia. Ella sale de la Pulchra, ajena a que es seguida. Entra en su hotel y él la pierde de vista. Con el anzuelo en el pico, no deja de pensar en la sirena. No hubo pesca, ni pecado.

Al día siguiente, ¿quién entra en el mismo compartimiento de su tren a Oviedo? La bella desconocida. Enseguida, él anhela la oscuridad de un túnel que le brinde la ocasión para un beso y declararse. En el paso de Pajares, recibe la cantada bofetada. Y al final del trayecto, otra en forma de lección. Estaba felizmente casada, con dos hijos y un trabajo en la Normal. Patético pescador de secano. Lástima de patada en los mismísimos desaprovechada, dirá mi lectora feminista. La recibió, pero en el cerebro, que duele para siempre. La historia incluye un epílogo a lo Chejov: el narrador del cuento, burlón con el personaje masculino… era… él mismo. Blues del pescador pescado en su propio narcisismo.

Colocó el ejemplar. Mi mirada se fija en un título de la colección «Biblioteca teatral», una comedia de Arniches: Mecachis, qué guapo soy!, estrenada en 1926. Si escribo una columna sobre esta obrita tampoco saldré en ella, salvo de refilón.

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