Diario de León

Nubes y claros
 María J. Muñiz

El estigma

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Perfección de medios y confusión de fines. Una sociedad que avanza alocada en lo tecnológico y es incapaz de aplicar su talento para dar respuestas a sus problemas más sangrantes. No se trata de desplegar multimillonarios escudos antimisiles ni sofisticados sistemas de espionaje en red, y otras muchas excelencias que ni siquiera conozco o puedo (ni quiero) imaginar. Se trataba, vaya, de articular la forma de entregar a las familias en situación de pobreza una tarjeta monedero controlada con la que por un lado puedan adaptar la compra de productos de primera necesidad a sus gustos y por otra, y quizá sobre todo, se eviten la terrible experiencia de formar en las colas del hambre.

¡Albricias! Un pequeño alivio para la dignidad de los miles y miles de personas (cada vez más) que naufragan en la desesperanza de la vulnerabilidad, ese término más amable con el que se da pátina a una situación de pobreza tan desoladora como la falta de expectativas de salir de ella. Tres años (al menos) lleva la propuesta en marcha, desde que la pandemia trató de sacar los colores a un estado del bienestar que no lo es para todos. Crisis tras crisis, y arrecian cada vez con menos tiempo para respirar, la brecha se agranda. Ricos más ricos, y muchos más necesitados atrapados por una espiral de empobrecimiento que ya ni el trabajo alivia, porque el colectivo de empleados o autónomos en el límite de la supervivencia crece inexplicablemente en esta locura de fondos de recuperación y resiliencia.

No es nuevo, pero crece alarmantemente. Parece que sin solución, y eso es lo inaceptable. La ‘bolsa’ (ya el término...) de personas y familias incapaces de sobrevivir siquiera en mínimos con sus propios recursos se abulta hasta estallar, hace tiempo que lo hizo, las costuras de la decencia de unas sociedades presuntamente desarrolladas y decepcionantemente incapaces.

La pobreza, la vulnerabilidad, implica hoy, como lo hizo siempre, exclusión social. Sus vástagos, dicen los expertos, nacen con todas las papeletas para seguir condenados a la fragilidad en sus expectativas vitales. ¿Es esta una sociedad de igualdad y oportunidades? ¿O un gigantesco entramado burocrático que se alimenta a sí mismo pero es incapaz de sanar las heridas más elementales de los ciudadanos a los que dice proteger? Ni siquiera, como se ve, de salvarles del estigma del ‘paseíllo’ de la pobreza.

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