Diario de León
León

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El enorme díptico de los reyes realizado por Annie Leibovitz es una gran obra del arte fotográfico. Ha costado 137.000 euros, abonados por el Banco de España. Supongo que la cantidad está muy por debajo de su caché oficial, pero la cifra es muy elevada para estos tiempos de economías arruinadas. No pretendo ser aguafiestas de palacio, los monarcas tienen mis simpatías y respetos. El doble retrato es técnicamente impresionante; quizá, demasiado. Los representa sobre un pedestal invisible, los miramos desde abajo. ¿Es realmente así? Nada que objetar a que Felipe VI parezca un monarca a lo Aragorn: despide fuerza exterior e interior, nobleza y liderazgo; ella parece una vaporosa reina de ensueño artúrico. En efecto, nada que objetar, pero me quedo con aquel otro retrato de ellos que -sin posar- se hicieron durante la visita a los damnificados por la tormenta Dana; en aquel salíamos todos.

Hablando de reyes. Antes de mandar la carta con solicitud de regalos navideños les remito siempre otra con lo que no deseo. Ni se les ocurra a sus majestades traerme una corbata como las de Trump; tampoco quiero una camiseta del Barça, ni un viaje a un lugar donde haya animales que puedan hacerse conmigo un carpaccio, ni un chándal, ni nada que lleve estupidez artificial, ni objetos con «abre fácil» imposible. Nunca he salido a la calle con aquella chistera, ni leí las memorias de aquel expresidente del Gobierno, ni llevo los gayumbos con el signo del dólar. En fin, jamás me pondré unas playeras con wifi, ni utilizaré una suscripción al Majadero Universal. ¡Con lo fácil es acertar con algo que lleve chocolate negro! Antes era más fácil: no quería un millón de dólares. Este año, si no hay más remedio, lo aceptaré; hacer feos, tampoco. Eso sí, nada de criptomonedas. En esto de regalar lo importante es la intención, pero si me cae una corbata como la de Trump salgo corriendo y alcanzo a los camellos, aunque estén llegando a Oriente. Quien avisa no es traidor.

¿Una columna es un autorretrato? Sí, puede. Ojalá que el lector también él se haya encontrado retratado. La voz propia tiene valor cuando es destello de una colectiva, un nosotros más que un yo. ¿Acaso no fuimos todos reyes para nuestros padres?

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