Diario de León

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Empieza la Navidad. Vuelve a girar la tuerca del tiempo una vuelva más para situarnos de nuevo en una espiral de vida en la que a veces no consigo olvidar la imagen de la rueda de la jaula de un roedor que gira y gira sin moverse ni un ápice, aunque acabe exhausto. Las luces iluminan las calles más céntricas de la ciudad y se vuelcan en los escaparates para deslumbrar los sentidos con dulces, juguetes, adornos, ofertas que no siempre son tales, y muchas, muchas compras. Hay que comprar mucho para estimular la economía. Y para sentirnos bien.

«Escribo esto con mi propia mano en este año del señor mil ochocientos treinta y uno y estoy orgullosa de escribirlo con mi propia mano», dice Mary constantemente en Del color de la leche, de Nell Leyshon. La protagonista de esta dura historia de vida de trabajo, miseria y hambre, en un entorno en el que las mujeres no sirvan nada más que para trabajar de sol a sol, logra, con mucho sacrificio, dos de los pocos sueños que tiene en su vida. Sin embargo, como ocurre en la vida real, esa rueda que gira y gira en la jaula del roedor puede pararse en cualquier momento para lanzarnos una bofetada de realidad y comprobar que no se ha llegado a ninguna parte. Empatizar con Mary es ver la realidad de las cosas.

El ambiente está iluminado y cabreado. Ya no se disimula. Parecía, y eso era otra ilusión, que la historia universal de una infamia acabó con Goebbels. Nada más lejos de la realidad. Goebbles decía que una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad. Nunca antes como ahora este ministro de la propaganda de Hitler había tenido tantos adeptos como ahora. Esos sí que son legión. Están por todas partes y muestran sus grandes dientes en sonrisas oscuras. Ya nadie puede dar su opinión, mostrarse libremente sin temor a un linchamiento o un insulto.

Cuando no existían las redes sociales, los chismes, el griterío y los insultos no estaban amplificados. Ahora es difícil que una idea personal, única e intransferible, si es sustanciosa para conseguir audiencias y clics, no se convierta en verdad absoluta. ¡Viva el mal, viva el capital! gritaba la bruja avería en los años 80.

Empieza la Navidad y al tradicional e inalcanzable deseo de ‘la paz en el mundo’, quiero añadir otro: ¡La decencia en el mundo! Esta sinrazón de rueda de jaula de roedor tiene un peligro y se llama ‘indefensión aprendida’. Nada hay más peligroso que admitir que nada se puede hacer por cambiar el rumbo de las cosas. Pero la realidad es que, a veces, la pieza más pequeña es la que hace caer al gigante de barro.

Empieza la Navidad. Las bombillas se encienden y solo espero que podamos tener las luces suficientes para frenar esta rueda de jaula de roedor para que, pasados los años, no lleguemos a la conclusión de que apenas nos hemos movido, pero estamos agotados de buscar una ilusión, como antes lo dijo mucho mejor Calderón de la Barca.

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