Diario de León

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Arde er zú, ze derrite er promo, la zolanera haze zopa ar serebro, ze recalienta er buje del agüante conyugá y brilla el cuchillo jamonero como sentencia de plata en la noche cerda del crimen haciendo cola las muertas estos días, mujeres que pagan muy caro la furia asesina del machista enloquecido. Ni junto al mar de Fuengirola o de Tarifa donde sopla fiero el levante se aplaca un aire sahariano que parece salido de un soplete... ¡mardito caló!, ¡mardito ratone que roen la entendedera!... ¡maldita la ola de fuego con sol rabioso en un junio y julio que nunca se vieron así!...

Incluso aquí, en el León al que Marga Merino tituló como «capital del invierno» para que la memoria nos hiele el alma y el barro de los pies, y hasta en ese lugar leonés al que ayer subimos a 1.200 metros de altitud en la montaña primera que se atisba desde esta ciudad junto al pico Polvoredo que llaman de Correcillas con su balconera contigua en Sancenas, da tregua un aire de horno que sube de páramos y riberas en bocanadas que se hacen estopa en las gargantas. ¿Quién dice aún que no anda el clima cambiando de postura a peor, clima ya enloquecido en gran medida por nuestra culpa, por nuestra zorra culpa, por nuestra grandísima culpa que ningún dios está dispuesto a perdonar?... ¿es que no quieres verlo, incrédulo Tomás?... ¿y a qué dioses del agua rezaremos en balde ahora para que el fuego no haga banquete en lo espeso del monte bajo y del herbazal alto que tanto se esporpolló con las lluvias generosas de este año?... Pero algo de bueno dejará aquí la calora infernal que torra y asfixia al sur ibérico. Algún turismo huirá de esas parrillas buscando algo de frescor que, si aquí fue antes barrera vacacional, ahora se convierte en refugio climático, turismo que podrá significar una respiración asistida para que pueblos y valles azotados de despoblación o incuria aplacen su muerte. Véndanse las noches cazurras que piden mantita, véndase el aire incondicional que aquí no exige facturón eléctrico, véndase plato y trato antiguo... y se abrirá una senda donde el futuro no es fuego siempre que el cazurro olvide su viejo vicio de «al ave de paso, cañazo».

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