Diario de León

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No hay paisaje fuera de nosotros mismos. Un día antes de que las dos torres de refrigeración de la térmica de la Robla cayeran derrotadas bajo explosivos, contemplaba desde la chana de Camposagrado el perfil de una estampa que me había acompañado toda la vida. Algunos plantaron las inmensas choperas que empiezan a verdear junto al río Bernesga. Los montes cubiertos de robles ya estaban allí desde hace mucho. Y, al fondo de una ribera que asciende encajonándose entre ellos, otros construyeron un complejo industrial que lleva allí desde que tengo memoria. El paisaje nos pertenece y muchos, cuando el derribo, seguramente dejarían caer conmigo alguna lágrima por la pérdida de un trozo de nuestra memoria.

Mucha de esa memoria nuestra se viste con los ropajes de espacios industriales como el de la térmica de la Robla. Y a saber cuánto de nuestra identidad no se esconde detrás de esos horizontes cruzados de chimeneas, de castilletes mineros, de puentes colgantes y vías de tren.

Muchos de los nuestros quemaron su vida al fuego del carbón y del hierro. Abrieron los montes al servicio de una industrialización que nació aquí y que, como casi todos los habitantes de esta provincia, marchó a crecer fuera, subida a lomos del tren. Hoy quedan las huellas de aquel tiempo en forma de ingenios que extrajeron y transformaron un día los recursos que yacían escondidos en las tripas de la tierra. Algunos justamente reconocidos como testimonio de aquel pasado en forma de espacios musealizados; ahí está el Museo de la Siderurgia de Sabero. Sin embargo, otros sirven de pasto para esa herrumbre que siempre trae el tiempo y el olvido.

Ahí están, por ejemplo, los tranvías aéreos que salvaban los vertiginosos peldaños de la olla del Bierzo. Teleféricos que hacían volar el carbón, el hierro o el cemento hasta las estaciones desde donde habrían de partir en tren hacia lugares más propicios. En Brañuelas, en Páramo del Sil quedan algunos rastros de ellos. Otros, como los de Fornela, también fueron desmantelados hace tan solo un año en medio de polémicas. Y así tantos y tantos espacios de nuestra memoria.

No hay paisaje fuera de nosotros. Es un patrimonio que labramos a fuerza de generaciones y experiencia, y que vive en nuestra mirada y en nuestra conciencia. El valle del Bernesga, desde esta semana que dejamos atrás, ya no volverá a ser el mismo para aquellos que lo vimos tantos años recortando con esa forma el horizonte, que sentimos y reconocimos en él la huella de todos aquellos que en otros tiempos nos precedieron.

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